lunes, 20 de julio de 2009

De varios lecheros, y uno con muy buena leche


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¿Se acuerda de los carritos de lechero? Hemos evocado esos carros y la música de las herraduras sobre el pavimento cada mañana, en otro lugar. Pero ahora vamos a tributar un recuerdo a los lecheros que supo haber en Villa Intranquila, cuando este noble e hidratante oficio no había sido también acaparado por las grandes empresas.

El lechero se levantaba a la madrugada, ordeñaba las vacas, cargaba la leche en tarros cuya tapa cilíndrica servía de medidor, y salía en un carrito tirado por un caballo, a repartir el producto casa por casa. La confianza en él era tal, que rumbeaba nomás para la cocina, y allí charlaba con los dueños de casa mientras dejaba la cantidad solicitada en la olla donde sería hervida.

Pablo Pizá, don Pilotti

Lechero fue don Pablo Pizá, de quien no se registran anécdotas en cuanto a agregados acuáticos a la leche. Lo fue también un señor Pilotti, de quien se narran algunas historias.

- "La leche de Pilotti tiene una ventaja: si se hierve, nunca se vuelca de la olla". (La intencionada observación apunta a que, siendo mayormente agua, el líquido no rebasaba el recipiente).

- Don Pilotti venía cruzando el puente viejo; el viento le quitó el sombrero y se lo tiró al río. Como había comprado el sombrero con plata de la lechería, entonces dijo "Lo que el agua trajo, el agua se lo lleva".

Un lechero autocrítico

Lechero fue también aquel (cuyo apellido les debo) que dos por tres se pasaba de vueltas con la grapa de la madrugada, tomaba algo más que una copita, y llegaba por demás enrojecido a casa de sus clientes. En cierta ocasión, no cumplió con su habitual recorrido. A la mañana siguiente, alguna señora le preguntó si acaso el ternero se había tomado toda la leche de la vaca.

- ¿Qué pasó ayer, don ..., se mamó el ternero?

- Qué ternero, señora... me mamé yo.


...y un lechero con buena leche


Pero el que ha dejado recuerdos más simpáticos ha sido el Ñato Pablo, por su total falta de malicia.

Alguna vez, cuando el nene se estaba portando mal, la mamá lo amenazaba

- Mirá Carlitos, que va a venir el cuco, eh... ¿Cierto, Ñato, que está el cuco ahí afuera?

- Yo no lo vi, señora...


Otra demostración de buena fe dio el Ñato en una situación crítica:

- Así que no querés tomar la sopa, nene... Sabés qué... se la doy al lechero, y que se la tome él.

- Bueno, señora.- Y el Ñato se sentó a la mesa, blandió la cuchara y le tomó la sopa al gordito Romo.

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(Relatos de Eduardo López, Raquel Altamiranda de Martínez, y otros de difusión generalizada).

sábado, 18 de julio de 2009

Doble identidad

La gente de Heber Farías esquilando maneados.
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Timoteo "el Moto" Duarte vivía y trabajaba en Villa Intranquila. También vivía aquí su hermano gemelo, pero se dedicaba a trabajos de campo, y en particular a la esquila.


En una oportunidad, el gemelo del Moto se enfermó precisamente cuando tenía que salir para el campo a cumplir con un contrato de esquila. Si fallaba, el dueño del campo no volvería a contratar esa tarea con él - y de paso, se desprestigiaría con otros potenciales clientes.


Así pues, se le ocurrió acudir al hermano que era tan parecido a él.


- Moto, por qué no vas vos al campo de don Fulano, te hacés pasar por mí y arrancás con la esquila. Y dentro de unos días voy yo, apenas esté sano.


El Moto accedió. Y llegado el día, apareció nomás en el campo indicado.


Se presentó ante el dueño:


- Qué tal, don Juan, cómo va...

- Bien che. Y qué es de la vida del Moto?

- Y... allá me quedé.



El Mulá agradece este genial cuento filosófico a Héctor Luis "el Nene" Pulita.
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Suerte, la del muerto


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Se llevaba a cabo el velatorio de uno de los innumerables integrantes de la familia Albizúa. Hemos descripto esta clase de velatorios en otro artículo (ver: "Que se besen los novios!"). Una considerable cantidad de parientes se juntaba para despedir al finado, y de paso para realizar las presentaciones de los niños nacidos en el intervalo con algún encuentro anterior, comentarse las novedades de la hacienda y el estado de los campos, y demás temas de interés común.


Esta vez el velorio acaeció a los pocos días de una lluvia que le vino muy bien a los campos de la zona. Los deudos, acodados sobre el féretro, se comentaban por encima del fallecido los milimetrajes que habían beneficiado sus establecimientos.


- Allá en el lote 13 cayeron 25 - decía uno.


- Pero a mí me cayeron 15 nomás - informaba otro.


Y terció uno en la charla, señalando al muerto con la barbilla:


- El que la pegó fue este. En el campo de él cayeron como 40...


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(El Mulá agradece a Eduardo López la narración de este magnífico cuento).