martes, 20 de abril de 2010

Velorios y frases hechas




Velorio de Juanita, por Stanley Coll.

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El lector de estas páginas sin papel recordará sin duda al Moto (Timoteo) Duarte, destacado filósofo natural de Villa Intranquila. Ya hemos incluído aquí sus reflexiones sobre la identidad (“allá me quedé”) y sobre la valentía (“le escupí todas las alpargatas”). Pero también el Moto cayó alguna vez en la trampa de esa gran enemiga del pensamiento, la frase hecha.

El caso del Moto fue así: había fallecido la hermana de un amigo, y él no había asistido al velatorio. Cuando el amigo lo encontró por vez primera al Moto en la calle, le enrostró

- Che Moto, falleció mi hermana y no viniste al velorio.
- No faltará oportunidad, che.

En sucesivos Simposios de Filosofía de Villa Intranquila, desarrollados en la Cancha de Pelota, el Bar El Flaco, Boliche El Resorte y otros locales, sigue hasta hoy el debate en torno a la frase del Moto. ¿Se le escapó ese dicho, nomás? ¿O quiso sutilmente enseñarnos que la vida es una continua serie de pérdidas, un ir de velatorio en velatorio?

Nos vemos... No faltará oportunidad.

lunes, 19 de abril de 2010

¡Dale soga nomás!


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A veces un cliente pensaba que don Nicasio se había distraído, y procuraba aprovechar la bolada.


Don Nicasio era el memorable Nicasio López, socio fundador y gerente de Alonso, López y Cía. Luz y espejo de españoles comerciantes, ha merecido más de una página en estas crónicas de Villa Intranquila.


Pero a pesar de ser célebre como astuto negociante, capaz de cobrar veintisiete o no sé cuántas veces la misma pechera, alguna vez parecía incurrir en un descuido.


Venía un cliente a buscar tantos metros de soga. Don Nicasio medía sobre el mostrador, sacando soga del rollo hasta alcanzar la cantidad indicada. Llegado a ese punto, le solicitaba al cliente que mantuviera la marca en el lugar donde debía ser cortada la cuerda:


- Ten aquí con el dedo, no sueltes, que voy a buscar la cuchilla.


Pasaban los minutos. El cliente, a solas con la soga, sentía la tentación. Empezaba por correr un poco el dedo sobre la soga. Total, unos centímetros más... Luego, viendo que don Nicasio tardaba en regresar, agregaba varios metros, disfrutando no sólo el latrocinio, sino (con perdón del vocabulario) la posibilidad de cagarlo al gallego.


Finalmente, cuando los diez metros habían pasado a ser quince, se escuchaban los pasos del comerciante que volvía al mostrador. Poniendo cara de inocente, el cliente pícaro afianzaba el pulgar en el lugar de la nueva marca.


Por allí cortaba don Nicasio con la cuchilla. Luego llevaba el rollo de soga así separado a la balanza, al tiempo que le explicaba al comprador:


- Bueno pues, la soga se vende al peso, así que son...



(Narrado por Alberto Domínguez, que también vende soga.)


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sábado, 3 de abril de 2010

El primer quiosco virtual de la historia

(Reconstrucción histórica del primer quiosco virtual).


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Esta humilde Villa puede enorgullecerse de tener entre sus habitantes al inventor del quiosco imaginario.

Érase un joven de la localidad con cierta inclinación a la vagancia. Como el aire intranquilense ya no brindaba espacio a sus iniciativas de noctambulismo, amistad con damas de vida airada y consumo de bebidas destiladas, decidió buscar otros horizontes.

Para que su madre siguiera contribuyendo al financiamiento de sus actividades, le dijo que se iba a Buenos Aires a estudiar. Un orgullo para la familia.

Pasaron los meses, pasaron los años… y el muchacho seguía estudiando, sin resultados a la vista.

Finalmente le envió una carta a la mamá, para informarle que había decidido ponerse a trabajar, cosa de poder sustentarse y no producirle más gastos a ella.

“Por lo cual vieja, puse un quiosco de revistas en Avenida de Mayo. Claro que esto no es fácil ni barato. Tengo que pagar la llave de negocio, las primeras entregas de revistas, etc. etc. Pensaba si no podrás enviarme unos pesos para estos primeros gastos. Para que puedas ver, acá te mando la foto del quiosco.”

En la foto aparecía nuestro personaje, de pie al lado de un tablero donde había varias hileras superpuestas de revistas.

Tiempo después se supo que el quiosco era la puerta de un ropero de la pensión, sobre la cual el quiosquero virtual había colocado varios piolines sujetados con chinches, y allí las revistas.


(Relato de circulación general).

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En recuerdo del Gordo Simonetti, autor de la idea y único propietario de este quiosco.



Cómo se cura un terremoto

Una imagen del célebre y tremendo sismo de Caucete.




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Los sismos son curables, claro que sí. Y eso se descubrió aquí, en este humilde pueblito.

El Dr. Carlos Pellegero, conocido como “Carlitos” fue un entrañable personaje de Villa Intranquila. Doctorado en Química, por suerte nunca se dedicó al trabajo de laboratorio, porque su carácter distraído hubiera ocasionado más de una tragedia. Se dedicó en cambio a la docencia en el colegio secundario. Estaba casado con una dama que padecía cierta insuficiencia auditiva. Era sorda como una tapia.

Carlitos tenía una marcada propensión a la literatura oral del género fantástico. Sostenía a pie juntillas, en la sala de profesores, que las gallinas del Poli Cepeda eran tan especiales, que ponían dos huevos seguidos. También que el Poli (primo al que él admiraba) tenía en su campo un perro pastor que contaba las ovejas, y sabía cuando le faltaba alguna. Con ocasión de una granizada, insistió en que había recogido en su patio una piedra “del tamaño de un pomelo, tal cual. La guardé en el congelador de la heladera.”

El 23 de noviembre de 1977, poco antes de las seis y media de la mañana, Villa Intranquila se conmovió. En momentos en que este cronista estaba preparando los primeros mates del día, sintió que la mesada de la cocina se movía literalmente como una ola bajo su mano.

Una hora después, cuando llegábamos al colegio, ya circulaba la infausta noticia del tremendo terremoto de Caucete, en San Juan. La onda telúrica se había percibido notablemente hasta en un lugar tan remoto como la Villa.

Ese día, Carlitos no vino al colegio.

A la mañana siguiente, nos comentó el motivo de su ausencia:

“Resulta que yo me había levantado temprano para ver la huerta. Estaba mirando las habas macho y tomando un té, y de pronto sentí que la tierra se movía. Entré en casa y le comenté a mi señora: “Sentiste algo, Fulanita?” Ella me miró extrañada, me hizo tomar un purgante, me puso una gorrita de lana y me metió en la cama. No pude convencerla de que la tierra verdaderamente se había movido."
Seguramente, si llegaba a acaecer otro sismo, Carlitos iba a cuidarse mucho de sentir el movimiento.
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(Fuentes: Delly Barrionuevo; recuerdo personal del cronista; Barico Rodríguez.)
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