sábado, 28 de febrero de 2009

Shakespeare y las verijas del paisano


Allí arriba, el cuadrante. "Casa del Reloj", Rivadavia esquina Juan B. Justo.


Shakespeare y las verijas en Villa Intranquila

La riqueza de la cultura tradicional está limitada mayormente… por las limitaciones de quienes la percibimos. A veces, si estamos atentos y tenemos datos para la comparación, escucharemos un clásico actualizado en el decir de un paisano.

Iba caminando por el centro y un hombre de sombrero aludo y bombachas me preguntó la hora. Estaba acompañado por un muchachito.

Le respondí “Faltan dos minutos para las doce.” Me seguía mirando, y quise aclarar “Son casi las doce”.

Lo miró a su acompañante y le dijo, exultante “¡En las verijas!”. Por lo visto, habían temido no llegar a tiempo, pero festejaban haber evitado la tardanza. Después, el hombre consideró necesario aclararme a mí:: “Casi justito, teníamos que estar acá a las doce”.

En las verijas… es decir, la hora del mediodía, y prácticamente en punto.

En “Romeo y Julieta”, la nodriza le pregunta la hora a Mercucio. Y Shakespeare pone en boca del desenfadado muchacho una respuesta que tiene aire de familia con esta:

“Ya empiezan a ser buenas tardes, os lo aseguro, porque la libertina manecilla del reloj está ahora tocando las partes del mediodía”. Esto en la versión de Luis Astrana Marín. En la de Martín Caparrós y Ema von der Walde, Mercucio afirma “las manecillas calientes del reloj de sol están tocando las partes del mediodía”.

Es decir. las verijas.

Pareciera más clara y pertinente la palabra “verijas”, que proviene de “virillia”, por alusión a los genitales masculinos. Quizás en alguna traducción venidera, Mercucio aproveche el vocablo que usa mi paisano.

Me quedé pensando que, en tiempo y espacio, Shakespeare no está muy lejos de ninguno de nuestros pueblitos. Y que las metáforas están cerca de ser perennes.

Si la cencia lo dice...

Pepe y Clelia Benini en un auto de los años 20.

Si la cencia lo dice...

El benemérito cabo Villafañe, a quien conocemos como “Trompa de Pito” por la delicadeza de su fisonomía (aquel de la frase “corriéndose al dorso…”) fue protagonista de otro episodio memorable.

Era por los años 30. Un tren de pasajeros que venía de Buenos Aires e iba hacia el Valle de Río Negro embistió a un camión en el paso a nivel de la ruta, y descarriló. De resultas del accidente hubo varias víctimas fatales y heridos.

En el lugar de los hechos, el médico del pueblo iba revisando a las personas que estaban en el suelo, para determinar el tratamiento que correspondía a cada uno. Tras una somera inspección, el doctor señalaba: Varón, adulto, herido. Varón, adulto, fallecido. Trompa de Pito anotaba trabajosamente en su libreta.

Con el apuro, el galeno indicó “fallecido”, en un caso en que el paciente estaba muy contuso, pero con vida. Cuando médico y cabo ya seguían su camino, el herido profirió un “ay, acá…”

Ni lerdo ni perezoso, Trompa de Pito restauró el orden:

- Cállese. Si la cencia dice que esta muerto, está muerto.

domingo, 22 de febrero de 2009

Dentro de lo económico, no deja de ser divertido


Hermosa alameda de la Colonia Juliá y Echarren. Por ahí atrás ha de estar el canal donde se bañaba el protagonista. Por pudor, no lo mostramos.


Filosofía para tiempos de escasez

Los inmigrantes europeos traían consigo el recuerdo de toda una historia de épocas de escasez. Y por consiguiente, valoraban el ahorro, la frugalidad, el aprovechamiento de lo que se tenía a mano. La ortiga, la verdolaga, el hinojo silvestre, la cerraja, el diente de león, la acelga guacha, la hoja de nabiza… todos esos vegetales que ahora desdeñamos se consumían con fruición. La caza de presas menores también contribuía a completar el menú familiar. Piches, liebres, y hasta palomas y pajaritos para acompañar la polenta, brindaban carne a bajo costo.

Este principio de vivir con poco se extendió a la generación de los hijos de inmigrantes - al menos, los que vivían y trabajaban en las chacras.

No extrañará entonces que haya quedado como apotegma de aquellos tiempos una cita textual:

-Dentro de lo económico no deja de ser divertido, dijo el Juanillo Fernández. Y se estaba bañando en pelotas en el canal.

sábado, 14 de febrero de 2009

¡No se c... señor Intendente! Los 10 toques de sirena.

El cuartel de bomberos. Arriba, a la izquierda, las bocinas de la sirena.

¡No se c..., señor Intendente!

La historia es tan verídica que parece un cuento. Y por si sola es un sarcasmo contra el militarismo y el autoritarismo.

La frase idiomática “al toque” significa “de inmediato”. Pero en Villa Intranquila supo indicar todo lo contrario.

Fue en 1978, año de infausta memoria. Se había formado una Comisión de notables convocada por el gobierno municipal, por orden del provincial, a fin de prever medidas de defensa en caso de un ataque por aviones chilenos. Hoy parece increíble, pero entonces se agitaba el fantasma de una guerra con Chile, generando así un estado de miedo y alarma en los pueblos de la Patagonia.

(Tampoco parece creíble, pero por cierto se expulsó a pobladores chilenos, luego de “operativos” de inspección policial casa por casa, por ser “indocumentados”.)

Se decía que Villa Intranquila iba a ser un objetivo de bombardeos desde el aire, porque los adversarios iban a querer destruir los puentes sobre el río Colorado.

La Comisión sesionaba en la Municipalidad. Siguiendo las instrucciones recibidas desde Viedma, el intendente propuso establecer un código a seguir por parte de la sirena de los bomberos; de ese modo, al oir determinada cantidad de toques, los vecinos sabrían que se venía un ataque aéreo, e iban a proceder en consecuencia.

Todos estuvieron de acuerdo. La cosa fue cuando hubo que establecer cuántos toques iban a ser necesarios. El jefe de Bomberos se tironeó de la chaquetilla con dorados, carraspeó y, sabiendo que ocupaba el centro de la atención, pasó a explicar con tono de solvencia:

- El código vigente y que tenemos que respetar es: un toque, prueba de sirena. Dos toques, convocatoria al cuartel. Tres toques, fuego en centro de la localidad. Cuatro toques, fuego en zona suburbana. Cinco toques, pastizal. Seis toques accidente en ruta. Siete toques, accidente en camino a la Colonia. Ocho toques…

Etc., etc. Para cuando llegó el turno de “ataque aéreo”, resultó que el aviso tendría que ser al décimo toque. Como la sirena es algo lenta, esto suponía por lo menos unos quince minutos a partir del principio.

- Al décimo toque? – musitó el intendente.

El comisario expresó sus dudas con más rudeza:

- No se c…, señor Intendente…! Pa' cuando llegue el toque número diez, no vamos a tener ni dedos con que seguir contando…

Felizmente no prevaleció la estupidez que parecía imponerse a ambos lados de la frontera, y no hubo ocasión de comprobar la eficacia del aviso "al toque".

domingo, 1 de febrero de 2009

‘causa de la rienda larga


Con facilismo solemos atribuir un hecho, que llamamos “efecto”, a otro hecho anterior, al que llamamos “causa”. Pero el comportamiento del mundo parece ser bastante más complejo; habitualmente el “efecto” ha sido producido por mucho más que una “causa”.

La discusión puede dar para más, pero nos limitaremos a transmitir un relato que ironiza sobre esta supuesta relación mecánica y unidireccional entre las causas y los efectos. Me lo contó el amigo Jorge Valdivia, habitante de San Antonio de Arredondo, coreógrafo, profesor de danzas, eximio bailarín de folklore, y estudioso de las costumbres y las artes populares y campestres. Aunque el sucedido no se produjo en Villa Intranquila, declaramos a Jorge, y al protagonista de la narración, ciudadanos honorarios de esta población – y con ello, incorporamos el cuento a esta colección.

Don Lucero (de quien no se me dijo el nombre de pila) era un poblador que tenía su campito en la sierra, por el lado de Icho Cruz. Hombre de hogar, tenía dos a falta de uno. Hogares, queremos decir. Cada uno con una esposa.

A fuer de cumplidor, don Lucero visitaba a diario las dos casas. Quiso la suerte, o la mala suerte, que a mitad camino hubiera un boliche, donde era posible parar a cualquier hora para tomarse un trago. Ya sea que fuera de esta casa a la otra, o volviera de la otra a esta, don Lucero paraba a entonarse.

-Y así murió don Lucero. ‘causa de la rienda larga

Pregunté cómo es que había ocurrido eso.

- Él tenía una mula blanca, que ya sabía el camino y lo llevaba aunque él estuviera borracho. Pero le dejaba muy larga la rienda. Entonces, cuando salía en pedo del boliche, se agarraba de la rienda y pegaba el salto para quedar montado. Pero al ser la rienda larga, se caía del otro lado de la mula. Y tenía que saltar de nuevo.

- Entiendo. Y…

- Y en uno de esos saltos, no va que se cae al suelo y se pega en el pecho con una piedra bola. De lo cual le salió un ‘postema en el pecho, se le inflamó, y se murió nomás. O sea que murió ‘causa de la rienda larga.

Estuve por titular este cuento “Crítica cordobesa al modelo de causación positivista”. Pero no sé si mi relator habría autorizado semejante pedantería. Quede así, entonces.