lunes, 16 de mayo de 2011

Basureando al vecindario

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Historia social de los residuos: del robo al lavado




Felizmente, está por ser sancionada la ley que impide el lavado de dineros mal habidos. Pero ha escapado a la perspicacia del legislador la sanción de idéntico delito en materia de residuos mal habidos.


En efecto, estamos en condiciones de asegurar que en la actualidad hay vecinos que tratan de eludir los controles y las cargas fiscales, y por ello hacen figurar su basura como si fuera de otro.


Esto, ni más ni menos, es lavado de residuos. Para mayor inri, la cosa sucede también, créase o no, en la muy noble y leal ciudad de Bahía Blanca, donde jamás nada malo se había visto. Este malhadado fenómeno social merecería un tonante editorial del diario por antonomasia de la ciudad, La Nueva Provincia.


¡Cómo cambian las cosas en nuestra querida República! Antaño el delito era precisamente el opuesto: la sustracción de residuos por ciertos amigos de lo ajeno: vecinos menos pudientes, que se apropiaban de la basura de los más acaudalados, para fingir una riqueza que no tenían.


Ahora, como todos estamos sin duda más ricos que antes, el delito es el ocultamiento de la basura propia.


Merece nuestro respaldo la enérgica apelación del esforzado vecino para que cada cual se haga cargo de su propia basura. Si seguimos por ese camino, podríamos llegar muy lejos en el terreno de la ética pública.

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jueves, 28 de abril de 2011

El Arquicandidato



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Les pareció que era mejor poner el título profesional del candidato, y ahí lo tienen: no es un ciudadano cualquiera, es un Arq.



Podríamos preguntarnos: ¿Arqueólogo, Arquitecto, Arqueópterix?



Si cunde la moda de los candidatos con título, alguno podría llegar a postularse con su especialidad de médico proctólogo o alienista. Difícil pronóstico para la salud colectiva.



Nuestra modesta intención es darle el voto a quien se presente como ser humano. Nada más. Nada menos.

(Nos tienta firmar aquí: "El Licenciado"... )







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Acerca del verdadero autor de este blog


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Queda dicho que el verdadero autor de estos cuentos es el Mulá Nasrudín; que en este lugar, Ramón Minieri es tan sólo un heterónimo del Mulá; de ahí el título de la colección. Pero pocos saben que el Mulá y nuestro célebre Pardiño son una y la misma mente.


Así describe a nuestro autor el prologuista de uno de sus libros más recientes (1):

“Mulá Nasrudín, el idiota sabio, es un fascinante personaje creado por lo sufis que rompe los hábitos de la mente y puede abrir nuevas dimensiones en la percepción de la realidad.”… “ha aparecido en Italia con el nombre de Bertoldo; en el folklore árabe bajo el nombre de Joha; su efigie ecuestre preside algunas plazas en Asia Central, y en China se lo llama Afanti”… Hay ecos suyos "en las andanzas del Rector de Vallfogona catalán, y en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha".

En el libro que citamos, aparece, al pie de la letra, el cuento de Pardiño y la enciclopedia, con apenas una variante. Leemos en la página 84 de este volumen:

“El pequeño de Nasrudín había estado aprendiendo de libros en la escuela.
Un día llegó a su casa y dijo:
- Papá, ¿me das una enciclopedia para ir a la escuela?
- No, no te la doy.
- Pero muchos otros niños las tienen.
- No me importa. Irás en tren, como tu padre y la mayoría de la gente.”


Me quedo con la versión de Pardiño, de final más conciso y enérgico: “No señor, dígale a la maestra que usté va a ir a la escuela a pie, como fue su padre.”


Hay más. Lean los cuentos del Mulá, y díganme si algunos de nuestros preciados filósofos pueblerinos como don Ramón Ustáriz o José Estrela, no eran de la misma escuela. Aunque por modestia, o por discreción, ellos no hacían alarde de ese título.


La sabiduría, como el tesoro aquel del cuento, está aquí nomás. Sólo es cuestión de cavar un poco.
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(1) Shah, Idries. Las sutilezas del inimitable Mulá Nasrudín. Barcelona, Editorial Kairós, 2004.

martes, 26 de abril de 2011

Argenchino aplicado al marketing










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Parece que algún criollo vivaracho se sirve productos de la góndola de los lácteos y los come antes de pagarlos. Es más, quizás nunca llegue a reconocer ese gasto al pasar por la caja. Por eso, no está de más un delicado recordatorio. Como no hay cámaras escondidas, no fue posible insertar la socorrida e hipócrita advertencia: "Sonría, lo estamos buchoneando." Pero este cartelito sin duda va a impactar en el consumidor... y por cierto, también hace sonreír, pero sin hipocresía.


A este observador le queda una intriga: ¿por qué habrán escrito "gracias", después de imprecarnos a gritos (por decirlo con finura)? Eso, como el "sonría" de los carteles habituales, ya suena a argentinismo.




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martes, 31 de agosto de 2010

Adiós a un colaborador

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Hace pocos días se nos ha ido Juan Antonio Albarracín, el querido Pata, colaborador de estas páginas. Su ingenio y su sentido del humor hacían de él un perspicaz recopilador de los frutos de la creatividad popular.

Al pasar nomás, quiero recordar algunos de sus aportes.

Comparaciones: “Chupó hasta ponerse duro como babero de monja”; “Chupaba como libro abierto”; “Quedó duro como gallo al horno”...
Calificaciones: “Ese no sirve ni para pastorear soretes.”

Relatos: el de aquel que copiaba su propia firma de la libreta de enrolamiento “pa’no errarle don, vio”... Y el de cierto galaico prohombre local que descubrió a su hija en un momento álgido, y luego la amonestaba. Cuando la chica quiso alegar “pero si era la puntita nomás, papá”, el hombre le respondió sabiamente “La puntita... ahí está la ponzoña hija, que lo demás es puro lujo.” O bien aquel otro que sostenía que en Villa Intranquila había hecho el amor con “familias enteras”.
Cuando Juan Antonio narraba alguno de estos lances, imitaba magistralmente la voz, el modo de plantarse y los ademanes de los protagonistas.

Y cuando ante uno de sus dichos alguien parecía encocorarse, el Pata adoptaba un aire conciliador y le decía al otro: “Eh... tomalo como de quien viene”.

Era de esos pocos y apreciables seres humanos que son capaces de reírse de sí mismos. Su pierna varias veces operada le daba motivo para chistes. Cuando aparecía algún otro rengo en el lugar de trabajo, lo saludaba cálidamente:

- Hola, Fulano... ¿cuándo tenemos reunión del club?

También se reía de sí mismo a raíz de sus propios lapsus. Nos contaba que en alguna oportunidad se equivocó de velorio. “Y estuve un rato ahí, charlando cualquier boludez, para que no resulte violento. Me sentía raro. Lo miraba al difunto y no se parecía para nada al que yo buscaba.” En otra oportunidad, había ingresado en un cuarto equivocado del hospital. En lugar de su pariente, encontró a un desconocido con la pierna colgada en el aire. “Y quise decir algo para quedar bien... Le digo, qué tal amigo... El tipo me mira y me dice... y cómo quiere que esté”...
Hombre pintón, de esos Albarracines "moros" que describe Sarmiento en Recuerdos de Provincia, el Pata tuvo dotes de artista chispeante.

Pero hay algo que no es broma, y que quiero recordar de él. En un momento de persecución, fue uno de los que me ofreció su ayuda generosa.

Chau, Juan Antonio, querido amigo. Como vos decías humorísticamente, has sido “casi perfecto, cascarria”.
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Vaya y pase...





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El muchacho aquel tenía un sentido clásico de las proporciones. Nada en exceso, como decía el precepto griego. Cuando se enteró de que habían fallecido dos de los integrantes de una familia de Villa Intranquila, meneó la cabeza y concluyó:

- ¡Eh... dos finados! Todavía uno, vaya y pase...

(Relato de ERR)

jueves, 15 de julio de 2010

Más sobre frases hechas. "Me alegro"...



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Buena parte de la literatura oral humorística se refiere a la inoportunidad de las frases hechas. Está esa famosa, del Moto Duarte: "No faltará oportunidad".


Cuántas veces uno pronuncia esa frasecita de ocasión, y resulta que no era la ocasión, y está metiendo la pata; diciéndole feliz día de la madre a una dama de soltería no deseada, o qué tal, todo bien... a un deudo en el velorio.


Así le pasó a un hombre mayor de la Villa, a quien le gustaba salir a caminar e ir saludando a la gente – linda costumbre de pueblo.


El diálogo estereotipado era como sigue:


-“Buen día amigo, qué tal...” A lo que el otro respondía


-“Bien, don Julio...” y el saludador cerraba el breve diálogo con un


-“Me alegro, me alegro”.


Pues bien, nuestro personaje había ido a visitar a su hijo que estaba estudiando en La Plata; caminando por el barrio, se topó con un viejito italiano que también usaba siempre la misma frase al responder a un saludo. De modo que el diálogo fue como sigue:


- Buen día, amigo, qué tal, cómo le va?


- Eh... me duele la gamba.


- Me alegro, me alegro!


(Sucedido de don Julio Palmieri, y narrado por él).

martes, 25 de mayo de 2010

El que tiene perro, que lo ate.



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A veces, lo cotidiano se roza con lo metafísico. Quizás siempre, pero en ocasiones se percibe más. Esto sucedió alguna vez en Villa Intranquila, donde gracias a los perros vagos un Intendente reencarnó al eleata Parménides.


Hete aquí que una patota de canes andaba por las calles de la Villa. Más de un vecino se molestó porque un gozque se le atravesó entre las piernas, enceguecido por la presencia de una Lassie campestre que estaba en tiempo y con aroma de merecer.


Un día sí y otro también, el sufrido intendente recibía y escuchaba a los vecinos quejosos. Hasta que se decidió a tomar el toro por las astas, o más bien los cuzcos por el pescuezo. Ahora bien, no olvidemos que hay que saber manejarse con política. Había que poner en vereda a los dueños de mascotas que no se hacían responsables por ellas; pero se debían evitar conflictos con los vecinos que no estaban implicados en el problema. Que estos no se sintieran sometidos a obligación alguna. No van a pagar justos por pecadores, pensaba el hombre.


Redactó entonces una memorable ordenanza, de la que envió copia a la administración provincial. Gracias a nuestras fuentes confidenciales, hemos tenido acceso al texto, que así decía:


Visto


los perros


Artículo 1º.- El que tiene perro, que lo tenga atado.


Artículo 2º.- El que no, no.


... (Relatado por la poetisa María Alejandra Naumchuk, quien asevera que es rigurosamente cierto. Gracias, Mañu.)

martes, 20 de abril de 2010

Velorios y frases hechas




Velorio de Juanita, por Stanley Coll.

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El lector de estas páginas sin papel recordará sin duda al Moto (Timoteo) Duarte, destacado filósofo natural de Villa Intranquila. Ya hemos incluído aquí sus reflexiones sobre la identidad (“allá me quedé”) y sobre la valentía (“le escupí todas las alpargatas”). Pero también el Moto cayó alguna vez en la trampa de esa gran enemiga del pensamiento, la frase hecha.

El caso del Moto fue así: había fallecido la hermana de un amigo, y él no había asistido al velatorio. Cuando el amigo lo encontró por vez primera al Moto en la calle, le enrostró

- Che Moto, falleció mi hermana y no viniste al velorio.
- No faltará oportunidad, che.

En sucesivos Simposios de Filosofía de Villa Intranquila, desarrollados en la Cancha de Pelota, el Bar El Flaco, Boliche El Resorte y otros locales, sigue hasta hoy el debate en torno a la frase del Moto. ¿Se le escapó ese dicho, nomás? ¿O quiso sutilmente enseñarnos que la vida es una continua serie de pérdidas, un ir de velatorio en velatorio?

Nos vemos... No faltará oportunidad.

lunes, 19 de abril de 2010

¡Dale soga nomás!


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A veces un cliente pensaba que don Nicasio se había distraído, y procuraba aprovechar la bolada.


Don Nicasio era el memorable Nicasio López, socio fundador y gerente de Alonso, López y Cía. Luz y espejo de españoles comerciantes, ha merecido más de una página en estas crónicas de Villa Intranquila.


Pero a pesar de ser célebre como astuto negociante, capaz de cobrar veintisiete o no sé cuántas veces la misma pechera, alguna vez parecía incurrir en un descuido.


Venía un cliente a buscar tantos metros de soga. Don Nicasio medía sobre el mostrador, sacando soga del rollo hasta alcanzar la cantidad indicada. Llegado a ese punto, le solicitaba al cliente que mantuviera la marca en el lugar donde debía ser cortada la cuerda:


- Ten aquí con el dedo, no sueltes, que voy a buscar la cuchilla.


Pasaban los minutos. El cliente, a solas con la soga, sentía la tentación. Empezaba por correr un poco el dedo sobre la soga. Total, unos centímetros más... Luego, viendo que don Nicasio tardaba en regresar, agregaba varios metros, disfrutando no sólo el latrocinio, sino (con perdón del vocabulario) la posibilidad de cagarlo al gallego.


Finalmente, cuando los diez metros habían pasado a ser quince, se escuchaban los pasos del comerciante que volvía al mostrador. Poniendo cara de inocente, el cliente pícaro afianzaba el pulgar en el lugar de la nueva marca.


Por allí cortaba don Nicasio con la cuchilla. Luego llevaba el rollo de soga así separado a la balanza, al tiempo que le explicaba al comprador:


- Bueno pues, la soga se vende al peso, así que son...



(Narrado por Alberto Domínguez, que también vende soga.)


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sábado, 3 de abril de 2010

El primer quiosco virtual de la historia

(Reconstrucción histórica del primer quiosco virtual).


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Esta humilde Villa puede enorgullecerse de tener entre sus habitantes al inventor del quiosco imaginario.

Érase un joven de la localidad con cierta inclinación a la vagancia. Como el aire intranquilense ya no brindaba espacio a sus iniciativas de noctambulismo, amistad con damas de vida airada y consumo de bebidas destiladas, decidió buscar otros horizontes.

Para que su madre siguiera contribuyendo al financiamiento de sus actividades, le dijo que se iba a Buenos Aires a estudiar. Un orgullo para la familia.

Pasaron los meses, pasaron los años… y el muchacho seguía estudiando, sin resultados a la vista.

Finalmente le envió una carta a la mamá, para informarle que había decidido ponerse a trabajar, cosa de poder sustentarse y no producirle más gastos a ella.

“Por lo cual vieja, puse un quiosco de revistas en Avenida de Mayo. Claro que esto no es fácil ni barato. Tengo que pagar la llave de negocio, las primeras entregas de revistas, etc. etc. Pensaba si no podrás enviarme unos pesos para estos primeros gastos. Para que puedas ver, acá te mando la foto del quiosco.”

En la foto aparecía nuestro personaje, de pie al lado de un tablero donde había varias hileras superpuestas de revistas.

Tiempo después se supo que el quiosco era la puerta de un ropero de la pensión, sobre la cual el quiosquero virtual había colocado varios piolines sujetados con chinches, y allí las revistas.


(Relato de circulación general).

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En recuerdo del Gordo Simonetti, autor de la idea y único propietario de este quiosco.



Cómo se cura un terremoto

Una imagen del célebre y tremendo sismo de Caucete.




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Los sismos son curables, claro que sí. Y eso se descubrió aquí, en este humilde pueblito.

El Dr. Carlos Pellegero, conocido como “Carlitos” fue un entrañable personaje de Villa Intranquila. Doctorado en Química, por suerte nunca se dedicó al trabajo de laboratorio, porque su carácter distraído hubiera ocasionado más de una tragedia. Se dedicó en cambio a la docencia en el colegio secundario. Estaba casado con una dama que padecía cierta insuficiencia auditiva. Era sorda como una tapia.

Carlitos tenía una marcada propensión a la literatura oral del género fantástico. Sostenía a pie juntillas, en la sala de profesores, que las gallinas del Poli Cepeda eran tan especiales, que ponían dos huevos seguidos. También que el Poli (primo al que él admiraba) tenía en su campo un perro pastor que contaba las ovejas, y sabía cuando le faltaba alguna. Con ocasión de una granizada, insistió en que había recogido en su patio una piedra “del tamaño de un pomelo, tal cual. La guardé en el congelador de la heladera.”

El 23 de noviembre de 1977, poco antes de las seis y media de la mañana, Villa Intranquila se conmovió. En momentos en que este cronista estaba preparando los primeros mates del día, sintió que la mesada de la cocina se movía literalmente como una ola bajo su mano.

Una hora después, cuando llegábamos al colegio, ya circulaba la infausta noticia del tremendo terremoto de Caucete, en San Juan. La onda telúrica se había percibido notablemente hasta en un lugar tan remoto como la Villa.

Ese día, Carlitos no vino al colegio.

A la mañana siguiente, nos comentó el motivo de su ausencia:

“Resulta que yo me había levantado temprano para ver la huerta. Estaba mirando las habas macho y tomando un té, y de pronto sentí que la tierra se movía. Entré en casa y le comenté a mi señora: “Sentiste algo, Fulanita?” Ella me miró extrañada, me hizo tomar un purgante, me puso una gorrita de lana y me metió en la cama. No pude convencerla de que la tierra verdaderamente se había movido."
Seguramente, si llegaba a acaecer otro sismo, Carlitos iba a cuidarse mucho de sentir el movimiento.
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(Fuentes: Delly Barrionuevo; recuerdo personal del cronista; Barico Rodríguez.)
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lunes, 22 de marzo de 2010

Retaceando dijo Lirio

En la foto, incendio de campos en La Pampa.
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Ocurrió a mediados de la década de los '70. Este señor, de nombre Lirio, trabajaba en un campo cerca de Cuchillo Có. Queriendo mejorar el patio inmediato a la casa, hizo lo que suele hacerse en la zona: prender un fueguito para eliminar los arbustos espinosos. A esto de despejar pequeños espacios con el fuego, para que quede un limpión, le llaman “retacear”.

Pero el viento hizo de las suyas. El fuego se escapó y no hubo cómo pararlo. Los habitantes de Villa Intranquila cruzábamos el río y subíamos a la loma de la ermita para ver lo que parecía un inmenso brasero, que llegaba hasta el horizonte. Dijeron que unos astronautas que andaban dando vueltas por esos días informaron a la NASA que habían visto la gran quemazón.

Y quedó la frase:

-Retaceando, dijo Lirio. Y quemó 700.000 hectáreas…

(Narrado por Eduardo “Cotato” Domínguez.)

(Foto del hermoso blog Atalivaroca.blogspot.com)

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sábado, 27 de febrero de 2010

¡Cuidado con los peatones!

Precaución, peatones: 30 km de máxima. Parece que acostumbran exceder esa velocidad.
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Algunos vecinos de Villa Intranquila veranean en Pehuén Co, pintoresca localidad balnearia a orillas del Mar Argentino que ha de merecer otro artículo de esta enciclopedia intranquilense.

A pesar de la notoria tranquilidad, parece que los pehuenquenses, o pehuencanos, o simplemente pehuenses o coenses, son rápidos cuando se largan a caminar. De ahí que la autoridad comunal haya tenido que limitar la velocidad de los peatones. Para prueba, la foto que nos han facilitado.

Otro aspecto a debatir es la apatía de los pehuencoanos en relación con la vida política y las posibilidades de contar con un municipio autónomo. En el siguiente artículo aventuramos una hipótesis explicativa de este apoliticismo.
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Las duras razones del apoliticismo pehuencoense

Ofiomorpha en la playa de Pehuen Có. (Si una/uno está viendo estas cosas a cada rato... no hay política que aguante.) Haga click sobre la imagen para ampliarla.


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¿Por qué los pehuencoenses no pelean por su autonomía municipal? ¿Acaso han evaluado serenamente las ventajas y desventajas de contar con ediles más o menos curules, intendentes, secretarios, subsecretarios y demás parafernalia institucional, y dijeron para sus adentros “me cisco en la autonomía municipal”? O… o bien…

Una avezada urbanista ha aventurado una hipótesis que aúna la psicología profunda, la chanchada freudiana, la inverecundia vernácula y la zoología de los celenterados. Los ofiomorfos que abundan en la playa de Pehuen Co, sostiene la científica, son una permanente invitación al cachondeo. Con ese panorama omnipresente, a quién le pasa por la cabeza ponerse a municipalear. Sugerimos detenerse un momento en la imagen de la foto, poniendo especial atención en los ejemplares que se ven a la derecha del espectador.

(Y conste, caro lector: fue en estas tierras donde Florentino Ameghino ubicó a los primeros seres humanos, los tetraprothomos. A la vista de estos restos inclaudicables, ¿a alguien le cabe alguna duda de la presencia del hombre en estas playas?)




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sábado, 13 de febrero de 2010

El Pólvora Curtis y una cueva rendidora



En el taller de carpintería, cerrajería y centro cultural de los Martínez. En la foto, Dani Martínez, narrador de gran parte de los relatos incluidos en este blog.

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Ya hemos presentado a Francisco Féliz Feraud, el Pólvora Curtis, intranquilense honorario, vecino de Coronel Pringles, en “la provincia” (así le decían a la de Buenos Aires), honra y prez de exagerados. Para no dejarlo en desventaja frente a San Román, recordemos otra de sus creaciones:

“- Resulta ser que ya estaba metiéndome en casa, a la nochecita, y de repente el perro se pone a torear, fuerte. Y dale que toreaba. Al final fuí, a ver qué le pasaba. Y lo veo ladrándole a una cueva de peludo. Entonces meto la mano, y saco un peludo. Y dije “bueno, con esto salvao el hombre, ya está la comida de hoy”. Y me fuí de nuevo para adentro. Y al ratito nomás, otra vez el perro que toreaba. Hasta se ponía molesto de tanto torear. Cállese cuzco, le digo. Pero no, seguía y seguía. Me asomo de nuevo, y estaba otra vez ahí en la cueva ladrando. Meto la mano… otro peludo. Y al rato, otra vez lo mismo. Y para hacérsela corta, sin exagerar, uno atrás de otro, terminé sacando catorce peludos de esa misma cueva.”

(Narración de don Andrés Martínez.)

Para exagerado, San Román


Carpintería, cerrajería... y centro cultural. En el taller de Martínez hemos escuchado muchos de los relatos de este blog. En la foto, dos de los maestros en el tema: don Andrés, y Miguel Ángel (el Piche) Martínez.


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En el Congreso Nacional de Exagerados, este San Román podría haber competido con el Pólvora Curtis y con quien raye.

Ferroviario el hombre, estaba destinado en el apeadero del kilómetro 834. Allí en la soledad elaboraba sus argumentos, y cuando venía a la Villa asombraba a los compañeros de la Estación con los relatos. El ritual del bolazo se iniciaba con la frase de rigor: “Y sin exagerar les digo”…

Esta vez se trataba de un lorito que San Román había sabido tener. Muy inteligente, el animalito, y conversador también. Había estado casi un año compartiendo la vida recoleta de su dueño en el apeadero. Pero cierta vez pasó una bandada de loros alborotando el cielo, el lorito sintió el llamado de la especie, y se fue con sus congéneres.

“Y no va que a los meses, yo estaba trabajando afuera, y pasa una bandada de loros. De repente, veo que uno se abre, y baja planeando a toda velocidad, casi me toca, y grita:

- ¡Chau, Manuel!

No, si era inteligente, ese lorito.”

(Relatado por don Andrés Martínez).

sábado, 23 de enero de 2010

Argenchino avanzado. Uso de la conjunción disyuntiva.


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No se puede negar que los chinos del mercadito le ponen todo el empeño al aprendizaje de este difícil idioma de los argentinos. Y el esfuerzo es meritorio. No es para desdeñar lo que están logrando estos nuevos inmigrantes argentinos. Quisiera verte, lector o lectora, intentando hacer un cartelito en mandarín.


Esta vez, les habían informado que no siempre hay que utilizar la conjunción "o", porque a veces se genera una cacofonía. Pongamos, en lugar de "Ernesto o Osvaldo", habría que escribir y decir "Ernesto u Osvaldo".


Al neófito, o más bien a la neófita, la cosa le pareció muy clara. Y viendo que por ahí había una "o" final, pues entonces se atuvo a la regla recién aprendida, escribiendo:
Por favor depositar su bolso u cartera en el casillero.
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jueves, 7 de enero de 2010

Cutralqueo


La terminal de ómnibus de Villa Intranquila.
Foto en es.wikipedia.org
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Para quien no es de esta región, vale una aclaración previa. Se le llama “paisa” (la palabra tiene un matiz de afectuoso compañerismo) a todo varón de origen mapuche, o bien mesturado pero mayormente con raíces en dicho pueblo.

El cuento trata de dos paisa que acaban de cobrar por su trabajo en la temporada de esquila. Al verse con unos cuantos pesos en las manos, deliberan cómo disfrutarlos de la mejor manera:

- Y qué te parece si nos mandamos un viajecito.
- Bueno, viajamos.

Van a la terminal de ómnibus, y allí el más habilidoso para el trato con la gente se arrima a la ventanilla a consultar:

- ¿Pasaje pa’Cutralqueo?

Con cierto aire de suficiencia, el empleado lo corrige:

- Para Cutralqueo no hay. Será Cutral-Co…

El hombre se vuelve hacia su compañero, que estaba ahí atrás suyo:

- Cagaste, Cutralqueo. Vos no vas a poder viajar.

(Narrado por Juanchi Villalba).

sábado, 14 de noviembre de 2009

Convenciendo al cliente, o el terror como propaganda


Según estos amigos humoristas españoles, Aznar ha sido afectado por el virus del Chiquinaca.
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El Chiquinaca había tomado a su cargo el mercadito y la carnicería que en su tiempo pertenecieron a Juancho González (aquel que comentaba “a la mañana no viene nadie… y a la tarde… a la tarde siempre merma un poco”).

La especialidad de la carnicería del Chiquinaca eran los ovinos; suculentos corderos y capones, tiernos borregos que él conseguía en el campo y ofrecía a la clientela.

Pero este conocido mío que cayó a comprarle, tenía que seguir un régimen especial de comidas. El médico le había aconsejado que más bien se alimentara con pescado o pollo, por eso del colesterol.

El Chiqui no tenía pollos ese día, o quizás nunca. Hombre de más de un centenar de kilos de peso, su saludable aspecto era una viva publicidad de las bondades del cordero patagónico, acompañado por los colorados, sabrosos y bien olientes chorizos secos que él elaboraba.

Cuando el cliente le pidió pollo, el carnicero le explicó pacientemente los motivos por los cuales le convenía comer cordero, que es mucho más sano. Pero el fulano insistía con su maldito pollo. Entonces el Chiquinaca, enterado de algunos secretos de los alimentos genéticamente modificados, acudió a su argumento definitivo:

- No sé con qué los alimentan. Fijate que a un primo mío que siempre come pollo, le salieron tetas.

De modo que compré un costillarcito de cordero para hacerlo al horno.




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Episodio vivido por el compilador del blog.

¡Tiene que ir al Senasa!


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Frente a Villa Intranquila, río por medio, se encuentra la pintoresca población de El Ladillal. Por pertenecer a otra provincia, El Ladillal tiene su propia municipalidad. A pesar de nuestra pertenencia intranquilense, debemos reconocer que el municipio de allá cuenta con un hermoso edificio, casi más lindo que el de acá. Eso sí, es fácil perderse ahí, no por el tamaño de la construcción sino por su tortuoso diseño con pasillos curvos. Ni que los planos los hubiera hecho Edgar Allan Poe.

Pero en fin, el hombre había logrado llegar a la oficina donde se expiden las guías de campaña para transportar vacunos. Lo atendió la empleada, una mujer que lleva años en la administración municipal.

Una vez que pagó el arancel, el individuo estaba dándole a ella los detalles de la transacción. Tantas vacas, marca tal, transporte Fulano, destino General Cerri, etc. La empleada le pidió un certificado de no sé qué.

- No, no lo tengo. Me lo dan ustedes… - aventuró el solicitante.
- Ah… nooo… ¡eso lo tiene que pedir en el Senasa! – respondió la empleada, refiriéndose al servicio nacional de sanidad animal.

Levantó el hombre los brazos al cielo, pensando hasta dónde tendría que ir ahora.

- ¿Y dónde queda el Senasa? –

La mujer señaló vagamente. Después se levantó de la silla que estaba ocupando, fue hasta el escritorio de al lado y se sentó en otra:

- Acá.
Narrado por Eugenio Rodríguez Reig.

domingo, 6 de septiembre de 2009

¡Me conoció...!

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Si hay un cielo para los caballistas (o un purgatorio), por allí andará Mariano López semblanteando pingos, charlando con dueños y jinetes, y levantando apuestas.

Cuentan que en una oportunidad, en algún lugar del Valle Medio, recibió apuestas a favor de uno y otro pingo. Las cantidades eran bastante importantes. Terminada la cuadrera, los ganadores buscaron inútilmente a Mariano, que para esto había puesto una prudente y extensa distancia entre su persona y el lugar de la competencia.

Pasó el tiempo. Al cabo como de dos años, parece ser que uno de los frustrados ganadores encontró al desaparecido en Villa Intranquila. Y ahí fue la cosa…

Cuando apareció Mariano en el bar, venía lleno de tierra, con los pelos revueltos, la ropa desacomodada y hasta algún machucón en la cara.

Alguien se animó a preguntarle qué le había pasado, y le explicó:

- Pero podés creer… después de tanto tiempo… ¡Me conoció el sinvergüenza!


Narrado por Dani Martínez

El Moto lucha contra un íncubo

Antiguo íncubo, de los tiempos anteriores al cine de terror.

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Ahora joroban mucho con las películas de exorcistas, poseídos, poseídas y similares. Pero episodio peludo fue el que tuvo que afrontar el Moto (Timoteo) Duarte, en su lucha casi frontal, nada menos que contra un íncubo, o algo así.

Porque los demonios cachondos se subdividen entre íncubos y súcubos. Estos últimos se presentan en los sueños nocturnos para hacer las veces de mujer, y producir el consiguiente deleite de quien está soñando. En cambio, los íncubos hacen las veces de varón.

La esposa del Moto se sinceró con él. “Cada vez que vos te vas de casa, aparece un tipo grandote. Sin decir palabra, me agarra, me lleva a la cama y” … y se abusa, dijo ella en otras palabras. “Después se va nomás. Pero me amenaza, y como es grandote me da miedo.”

“Dejámelo nomás a mí” dijo el Moto. Y al otro día, a la hora de salir rumbo a sus tareas habituales, se escondió bajo la cama.

Apareció el sujeto, y de prepo nomás hizo lo habitual. Resultó tener un corpachón destacado. El Moto permaneció mudo bajo la cama.

Cuando se fue el presunto íncubo, el marido salió de la sombra del lecho.

- Y al final, ¿qué pasó con vos? No hiciste nada... – le recriminó la mujer.
- Je… ahora no se dio cuenta el tipo, pero ya va a ver… ¡Le escupí todas las alpargatas!


Relatado por Andrés Martínez

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Lo que vale...

Pueblo jujeño, una bella obra de Jorgelina Marchesi, en
http://www.artelista.com/autor/6822699057077723-marchesi.html

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Hay gente poco seria y de dudosa estatura ética, que no cree en el valor de la palabra. Para esa clase de personas, un apólogo que los hará reflexionar y quizás cambiar de actitud. Nos lo envía el colaborador honorario Julián, desde Ushuaia. Hemos modificado el apellido del protagonista... un hombre de palabra.

Lo que vale…

El otro día en el laburo me contaron una historia que modificada puede ir al blog.

Había un ñato que se llamaba Giménez de apellido, oriundo de Jujuy. Cada vez que se tomaba vacaciones se iba por tierra: flor de viajecito! La cuestión que es que siempre estiraba las vacaciones: a los 30 días que tenía, le agregaba por alguna circunstancia algunos días más.

Hete aquí que una de esas veces, se va Giménez de vacaciones, pasan los 30 días y nada, 40 días y ni noticias, 45 días y todo el mundo preocupado por si le hubiera pasado algo en la ruta, etc. A los 50 días cae Giménez a laburar.

Lo llama el director para pedirle explicaciones, re-caliente con la demora del empleado para retornar al trabajo. Entonces este se despacha: no sabe usted, primeramente ya sobre el final de las vacaciones me agarré una gripe que casi me pasa para el otro lado, ni pensar en manejar, imagínese! Y cuando salgo de esa, no va que se muere -y acá le manda algún pariente muy cercano, como para justificar quedarse- así que entre velorio, entierro y todos los trámites que se imagine, recién hace 4 días pude emprender el regreso, y acá estoy…

Entonces el director, viendo que la situación había sido grave, le expresa sus condolencias, cambia el tono de la conversación, etc. Y pasado un poco el mal momento le dice que no se haga problemas, que presentando los certificados en el Departamento de personal no va a tener inconvenientes.

Entonces Jiménez se pone concluyente – y de paso, moralista: no, qué certificados ni certificados; en mi tierra lo que vale es la palabra!

Gracias, Juli.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Las palabras tienen poder... también calorífico!

En la foto, Bepo Ghezzi
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El linyera y el poder de las palabras





Emilio Benini era un experto en el arte de encontrar agua bajo tierra. Había armado una pequeña empresa con la que hacía perforaciones en los campos de la zona de Villa Intranquila, y aún mucho más lejos.

En una oportunidad estaba trabajando con su gente cuando apareció un linyera en el casco del campo. Ya se venía la tardecita invernal, y era evidente que iba a helar fuerte esa noche.

El croto pidió permiso al encargado o dueño del campo, y se lo autorizó a dormir en el galpón, previa churrasqueada compartida, como es costumbre.

Lo vieron comenzar a armar su camastro, con los ponchos que llevaba en su propia linyera (así se llama el atado de pilchas, y por extensión, quien lo lleva).

Ironía etimológica: la palabra linyera está emparentada con la finísima y erótica lingerie… Nada más lejos de ello que las prendas que sacó a relucir el linyera. Pero hubo un detalle que hizo perdurable la memoria de este encuentro, y de su ignoto protagonista.

El hombre iba sacando ponchos de aquel mono. Al extraer el primero, sacudirlo y tenderlo sobre el suelo del galpón, le decía en voz alta:

- Bueno, a ver, Braserío… vamo’a ver cómo se porta, con la helada que se viene…

Aquel poncho llamado “Braserío”, qué calor podía dar... si era un conjunto de tristes hilachas nomás. Pero el croto ya estaba sacando otro del atado, sacudiéndolo y tendiéndolo también:

- Y a ver usté Sol de Enero, a ver cómo se porta. – Este poncho era todavía más rotoso que el anterior. Pero faltaba uno:

- Y a ver, ¡a ver Fogonazo!... – Este era el más lamentable de todos, apenas un trapito agujereado.

Quien lo contó, y quien me lo recontó a mí, y ahora yo, estamos en la duda: quizás el poder de los nombres haya hecho que el croto soportara mejor aquella noche de helada…
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Sea este relato en homenaje a Bepo Ghezzi, maestro en crotear y en pensar libre, protagonista de una de las películas más bellas del cine argentino.





Gracias a Andrés Martínez, quien me relató lo que a él le había contado Emilio Benini.


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jueves, 13 de agosto de 2009

Apúrese, señor Gobernador...

La "manzana del gas", donde estaban los grandes tanques
que alimentaban la red domiciliaria hasta la década del 70.

El ceremonial y la garrafa
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¡Y por fin, llegaba el gas natural a Villa Intranquila! Fue en la década de los '60. En un principio no era que la Villa estaba conectada a un gasoducto (esta conexión se daría recién a comienzos de los '70), sino de que toda la red del pueblo estaba alimentada por unos grandes tanques. Esos tanques estaban frente a la sala de máquinas de la Cooperativa Eléctrica, en la calle Brown.


Allí se produjo la inauguración de la obra. Vino el Gobernador de la Provincia, y lo recibieron los vecinos y las autoridades locales, encabezadas por el entonces intendente, el socialista Euranio Rusconi.


Como es habitual en estas inauguraciones, se encendió una llama cuyo resplandor acompañaba el acto. La llama no podía alimentarse de la red, porque esta todavía no existía; sólo estaban los enormes tanques allí cerca. De modo que se enterró una garrafa, de la que sólo sobresalía la boquilla. Allí conectaron un mechero, que fue encendido poco antes del comienzo del acto.


Llegaron las delegaciones, se aplaudió a los abanderados de las escuelas, se cantó el himno nacional, se cantó el himno de la Provincia, pronunció unas palabras el administrador de Gas del Estado, pronunció unas palabras el Intendente municipal, y para coronar el acto comenzó a hablar el Gobernador.


El hombre, político de raza, aprovechó para exponer su programa de gobierno, convocar a la adhesión de los ciudadanos... todavía faltaba un poco para que llegara a hablar de la obra de gas, cuando sintió que alguien lo tironeaba respetuosamente de la manga, una, dos veces... Medio se volvió el hombre, como empezando a molestarse; quien así le llamaba la atención, queriendo excusarse, era el intendente Rusconi, que justificó su intervención (en voz baja, pero no tanto como para que no se oyera):


- Señor Gobernador, apúrese, que se termina la garrafa.

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Relatado por Eduardo López.

martes, 4 de agosto de 2009

Otra de exagerados. Barrios y el avestruz.


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En Villa Intranquila ya no queda noticia clara acerca del Barrios protagonista de esta historia.
Pero subsiste sin embargo, venciendo al tiempo y al olvido, el recuerdo de una creativa exageración suya.

Sabrá el lector, y si no sabía lo sabe ahora, que en esta región al ñandú (Rhea Americana) lo llamamos avestruz.

Barrios contaba que en una oportunidad había encontrado un dormidero de avestruz. ¿Existirán tales dormideros? Él aseguraba que sí.

Detectado el lugar donde pernoctaba el bicharraco, allí se fue al otro día a las 6 de la mañana. Pero el ave ya no estaba en el lugar. Al día siguiente probó de nuevo, yendo a las 5 de la madrugada. Tampoco encontró al animal. Y así fue adelantando la hora de visita al sitio. Hasta que una noche, a las 3 y media, vio al avestruz allí dormido.

"Entonces fui caminando despacito despacito, así medio agachado, y me le arrimé. El bicho estaba así, con la cabeza caída para un costado. Ahí le abrí el párpado así con dos dedos, lo miré en el ojo y le dije:

¡Despertate maula, que te madrugó Barrios!"

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Relato de don Andrés Martínez

lunes, 3 de agosto de 2009

Más exageraciones: las del Pólvora Curtis, y algunas otras de don Valdés

Un producto muy conocido hasta los años '40: la pólvora Curtis FFF.

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Queda dicho que la exageración es un género destacado de la literatura oral, intranquilense o de donde fuere. A veces roza con el apólogo; otras veces linda con la farsa.

Hemos mencionado las exageraciones de don Antonio Valdés. Está lejos de agotarse la producción de este autor oral.

“Venían los loros a jorobar en el cerezo. Las mejores cerezas se las comían ellos. Así que un día me cansé, fabriqué un pega pega, receta secreta mía. Y le puse nomás en las ramas del árbol. A la mañana, no va y escucho un barullo… salgo al patio y veo que un montón de loros se habían quedado pegaos al árbol. Cuando me ven, se espantan… y no va que levantan vuelo todos, llevándose el árbol, che.”

Con este don Valdés pasa como con el Mulá: un cuento trae otro, y es difícil hacer una pausa.

“Tengo la tomatera, vio. Y salen grandeciiitos los tomates. A veces viene una nena de los vecinos a querer comprarme un kilo… pero qué voy a hacer, no me voy a poner a cortar un tomate por la mitad. Me lo hacen de pura picardía, yo me doy cuenta. Pero en fin… le doy el tomate entero y listo.”

Los exagerados compiten entre ellos, a ver quién agranda más la nota. Esta vez se incorpora a la competencia el Pólvora Curtis, nativo de Pringles o por ahí, pero naturalizado intranquilense por gestión de don Andrés Martínez, que nos transmitió sus relatos.

El Pólvora Curtis se llamaba en realidad Francisco Félix Feraud. La pólvora fabricada por Curtis y Harvey, importada de Inglaterra, se caracterizaba porque en su lata mostraba la cantidad de letras F que calificaban la finura de la molienda. La 3 F era la más utilizada, un producto bastante fino.

Este hombre apellidaba así, Feraud, como el atrabiliario personaje del inmortal cuento de los duelistas escrito por Joseph Conrad. La vida imita a la literatura; este Feraud era tan cascarrabias y mal llevado como el personaje del cuento.

Pero mejor, en vez de tanto chismerío, escuchémoslo. Vamos al artículo siguiente.
(Exageraciones de don Valdés, narradas por Eduardo López. ¡Gracias!)

Más exageraciones: las del Pólvora Curtis, y otras de don Valdés

Mollie nos permitió usar esta foto suya.
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CONTABA EL PÓLVORA CURTIS...

Los gatos cazadores

“Me alquilaron los gatos. No se extrañe, don. Tengo unos gatos muy buenos cazadores, y los alquilo para limpiar galpones y casas de las lauchas, las ratas. Pero este galpón sí que estaba lleno, mire. Los llevé a la tardecita, en una canasta, y los solté ahí. Toda la noche se sentía el bochinche, cosas que se caían y todo eso. A la mañana, abrimos y no se veía ni escuchaba una sola laucha. Los gatos estaban todos quietitos en el rincón, como llenos vio. Lo que me llamó la atención, estaban sudando todavía.”

Peludeando

“Vi un peludo cruzando la huella y me le fui atrás. Se metió en la cueva pero lo saqué. Y volví a meter la mano, y no va que agarro otro. Y después otro, y otro… lo que era eso! Catorce peludos saqué.”

Cacerías extraordinarias (nada inventó el cine fantástico)

“No hay como esos perros perdigueros. Figúrese que vez pasada arrinconaron una centeya en la galería de casa. Y otra, que los chumbé, me ayudaron a agarrar un trueno chiquito. Lo tengo guardado en una damajuana de boca ancha.”


(Para este comentarista, el cuento de la centella y el del trueno chiquito son obras maestras del género. Usted, ¿qué opina?)



Gracias, don Andrés.

lunes, 20 de julio de 2009

De varios lecheros, y uno con muy buena leche


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¿Se acuerda de los carritos de lechero? Hemos evocado esos carros y la música de las herraduras sobre el pavimento cada mañana, en otro lugar. Pero ahora vamos a tributar un recuerdo a los lecheros que supo haber en Villa Intranquila, cuando este noble e hidratante oficio no había sido también acaparado por las grandes empresas.

El lechero se levantaba a la madrugada, ordeñaba las vacas, cargaba la leche en tarros cuya tapa cilíndrica servía de medidor, y salía en un carrito tirado por un caballo, a repartir el producto casa por casa. La confianza en él era tal, que rumbeaba nomás para la cocina, y allí charlaba con los dueños de casa mientras dejaba la cantidad solicitada en la olla donde sería hervida.

Pablo Pizá, don Pilotti

Lechero fue don Pablo Pizá, de quien no se registran anécdotas en cuanto a agregados acuáticos a la leche. Lo fue también un señor Pilotti, de quien se narran algunas historias.

- "La leche de Pilotti tiene una ventaja: si se hierve, nunca se vuelca de la olla". (La intencionada observación apunta a que, siendo mayormente agua, el líquido no rebasaba el recipiente).

- Don Pilotti venía cruzando el puente viejo; el viento le quitó el sombrero y se lo tiró al río. Como había comprado el sombrero con plata de la lechería, entonces dijo "Lo que el agua trajo, el agua se lo lleva".

Un lechero autocrítico

Lechero fue también aquel (cuyo apellido les debo) que dos por tres se pasaba de vueltas con la grapa de la madrugada, tomaba algo más que una copita, y llegaba por demás enrojecido a casa de sus clientes. En cierta ocasión, no cumplió con su habitual recorrido. A la mañana siguiente, alguna señora le preguntó si acaso el ternero se había tomado toda la leche de la vaca.

- ¿Qué pasó ayer, don ..., se mamó el ternero?

- Qué ternero, señora... me mamé yo.


...y un lechero con buena leche


Pero el que ha dejado recuerdos más simpáticos ha sido el Ñato Pablo, por su total falta de malicia.

Alguna vez, cuando el nene se estaba portando mal, la mamá lo amenazaba

- Mirá Carlitos, que va a venir el cuco, eh... ¿Cierto, Ñato, que está el cuco ahí afuera?

- Yo no lo vi, señora...


Otra demostración de buena fe dio el Ñato en una situación crítica:

- Así que no querés tomar la sopa, nene... Sabés qué... se la doy al lechero, y que se la tome él.

- Bueno, señora.- Y el Ñato se sentó a la mesa, blandió la cuchara y le tomó la sopa al gordito Romo.

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(Relatos de Eduardo López, Raquel Altamiranda de Martínez, y otros de difusión generalizada).