sábado, 27 de febrero de 2010

¡Cuidado con los peatones!

Precaución, peatones: 30 km de máxima. Parece que acostumbran exceder esa velocidad.
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Algunos vecinos de Villa Intranquila veranean en Pehuén Co, pintoresca localidad balnearia a orillas del Mar Argentino que ha de merecer otro artículo de esta enciclopedia intranquilense.

A pesar de la notoria tranquilidad, parece que los pehuenquenses, o pehuencanos, o simplemente pehuenses o coenses, son rápidos cuando se largan a caminar. De ahí que la autoridad comunal haya tenido que limitar la velocidad de los peatones. Para prueba, la foto que nos han facilitado.

Otro aspecto a debatir es la apatía de los pehuencoanos en relación con la vida política y las posibilidades de contar con un municipio autónomo. En el siguiente artículo aventuramos una hipótesis explicativa de este apoliticismo.
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Las duras razones del apoliticismo pehuencoense

Ofiomorpha en la playa de Pehuen Có. (Si una/uno está viendo estas cosas a cada rato... no hay política que aguante.) Haga click sobre la imagen para ampliarla.


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¿Por qué los pehuencoenses no pelean por su autonomía municipal? ¿Acaso han evaluado serenamente las ventajas y desventajas de contar con ediles más o menos curules, intendentes, secretarios, subsecretarios y demás parafernalia institucional, y dijeron para sus adentros “me cisco en la autonomía municipal”? O… o bien…

Una avezada urbanista ha aventurado una hipótesis que aúna la psicología profunda, la chanchada freudiana, la inverecundia vernácula y la zoología de los celenterados. Los ofiomorfos que abundan en la playa de Pehuen Co, sostiene la científica, son una permanente invitación al cachondeo. Con ese panorama omnipresente, a quién le pasa por la cabeza ponerse a municipalear. Sugerimos detenerse un momento en la imagen de la foto, poniendo especial atención en los ejemplares que se ven a la derecha del espectador.

(Y conste, caro lector: fue en estas tierras donde Florentino Ameghino ubicó a los primeros seres humanos, los tetraprothomos. A la vista de estos restos inclaudicables, ¿a alguien le cabe alguna duda de la presencia del hombre en estas playas?)




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sábado, 13 de febrero de 2010

El Pólvora Curtis y una cueva rendidora



En el taller de carpintería, cerrajería y centro cultural de los Martínez. En la foto, Dani Martínez, narrador de gran parte de los relatos incluidos en este blog.

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Ya hemos presentado a Francisco Féliz Feraud, el Pólvora Curtis, intranquilense honorario, vecino de Coronel Pringles, en “la provincia” (así le decían a la de Buenos Aires), honra y prez de exagerados. Para no dejarlo en desventaja frente a San Román, recordemos otra de sus creaciones:

“- Resulta ser que ya estaba metiéndome en casa, a la nochecita, y de repente el perro se pone a torear, fuerte. Y dale que toreaba. Al final fuí, a ver qué le pasaba. Y lo veo ladrándole a una cueva de peludo. Entonces meto la mano, y saco un peludo. Y dije “bueno, con esto salvao el hombre, ya está la comida de hoy”. Y me fuí de nuevo para adentro. Y al ratito nomás, otra vez el perro que toreaba. Hasta se ponía molesto de tanto torear. Cállese cuzco, le digo. Pero no, seguía y seguía. Me asomo de nuevo, y estaba otra vez ahí en la cueva ladrando. Meto la mano… otro peludo. Y al rato, otra vez lo mismo. Y para hacérsela corta, sin exagerar, uno atrás de otro, terminé sacando catorce peludos de esa misma cueva.”

(Narración de don Andrés Martínez.)

Para exagerado, San Román


Carpintería, cerrajería... y centro cultural. En el taller de Martínez hemos escuchado muchos de los relatos de este blog. En la foto, dos de los maestros en el tema: don Andrés, y Miguel Ángel (el Piche) Martínez.


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En el Congreso Nacional de Exagerados, este San Román podría haber competido con el Pólvora Curtis y con quien raye.

Ferroviario el hombre, estaba destinado en el apeadero del kilómetro 834. Allí en la soledad elaboraba sus argumentos, y cuando venía a la Villa asombraba a los compañeros de la Estación con los relatos. El ritual del bolazo se iniciaba con la frase de rigor: “Y sin exagerar les digo”…

Esta vez se trataba de un lorito que San Román había sabido tener. Muy inteligente, el animalito, y conversador también. Había estado casi un año compartiendo la vida recoleta de su dueño en el apeadero. Pero cierta vez pasó una bandada de loros alborotando el cielo, el lorito sintió el llamado de la especie, y se fue con sus congéneres.

“Y no va que a los meses, yo estaba trabajando afuera, y pasa una bandada de loros. De repente, veo que uno se abre, y baja planeando a toda velocidad, casi me toca, y grita:

- ¡Chau, Manuel!

No, si era inteligente, ese lorito.”

(Relatado por don Andrés Martínez).