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Hoy por hoy se escribe y se debate un montón acerca del encuentro de las culturas en el ámbito escolar. Felizmente, vamos apartándonos de aquella idea que nos viene desde el siglo XIX, según la cual la escuela transmite “la” cultura, una y única. Gana en aceptación otra manera de pensar las cosas: cada quien tiene “su” cultura, y hay que respetarlas a todas, y trabajar con todas ellas en las aulas.
Esto lo supo tempranamente la amiga Norma Ferreyra, que inició su tarea docente en la Escuela del Barrio Unión.
Al Barrio se lo llamó, hasta mediados de la década de 1970, “Chile Chico”, porque sus pobladores sin escrituras (hoy diríamos “okupas”) eran mayoritariamente chilenos. La irregularidad de los títulos de propiedad fue resuelta años después, hacia 1984-86, por un intendente de los tiempos de la democracia.
Pero vamos a nuestro tema: encontramos a Norma, buena persona y laboriosa maestra, al frente de su 3er. grado en la Escuela del Barrio. Se le ocurre que una buena práctica puede ser la lectura y comentario de fábulas con sus chicos. Lleva algunos libritos, se los lee, y luego los presta para que los alumnos se los lleven a casa.
Algo que le extraña, es la insistencia de los chiquillos en torno a una fábula determinada, esa y no otra.
Ingenuamente, Norma desconoce que algunas palabras pueden tener otras connotaciones, según el medio en que nos encontremos. Nos comenta:
- Todos los días piden que les vuelva a leer la misma historia. Me dicen: “Seño, cuente esa del cuervo y de…” Entonces yo digo “la zorra y el cuervo… ¡y ellos se matan de risa, no sé por qué!”
2. Interculturalidad en la escuela 2. Una adivinanza.
Esto lo supo tempranamente la amiga Norma Ferreyra, que inició su tarea docente en la Escuela del Barrio Unión.
Al Barrio se lo llamó, hasta mediados de la década de 1970, “Chile Chico”, porque sus pobladores sin escrituras (hoy diríamos “okupas”) eran mayoritariamente chilenos. La irregularidad de los títulos de propiedad fue resuelta años después, hacia 1984-86, por un intendente de los tiempos de la democracia.
Pero vamos a nuestro tema: encontramos a Norma, buena persona y laboriosa maestra, al frente de su 3er. grado en la Escuela del Barrio. Se le ocurre que una buena práctica puede ser la lectura y comentario de fábulas con sus chicos. Lleva algunos libritos, se los lee, y luego los presta para que los alumnos se los lleven a casa.
Algo que le extraña, es la insistencia de los chiquillos en torno a una fábula determinada, esa y no otra.
Ingenuamente, Norma desconoce que algunas palabras pueden tener otras connotaciones, según el medio en que nos encontremos. Nos comenta:
- Todos los días piden que les vuelva a leer la misma historia. Me dicen: “Seño, cuente esa del cuervo y de…” Entonces yo digo “la zorra y el cuervo… ¡y ellos se matan de risa, no sé por qué!”
2. Interculturalidad en la escuela 2. Una adivinanza.
Otra experiencia intercultural fue planteada, allá a comienzos de los ’80, por una practicanta del Instituto de magisterio de Villa Intranquila.
Griselda “Tati” Devesa, de ella se trataba, estaba haciendo su residencia docente en un cuarto grado de la escuela Nº 46, de la Colonia Juliá y Echarren. Quiso dar coherencia a su práctica con un modo de pensar renovado, y se propuso que la clase fuera un ámbito de recepción y reproducción de la cultura popular. Se trataba, así lo planteó, de reconocer y valorar las creaciones culturales que los alumnos traían de sus hogares.
Así pues, ese día planteó el primer abordaje de su tema:
“A ver, chicos, ¿qué adivinanzas conocen?”
La clase transcurría por los aburridos caminos que eran de esperarse… redondo redondo barril sin fondo, o con fondo, etc. Hasta que un simpático morochito de ojos vivaces vino a proponer:
- Pelo arriba, pelo abajo, y en el medio tiene un tajo.
Medias sonrisas de compromiso de la practicante, de la maestra del grado, del profesor observador, a quien conozco de cerca… Sudor frío. Nos imaginábamos ya la intervención de la directora, la supervisora, el ministro y hasta el gobernador. Afortunadamente, no alcanzó a transcurrir un minuto sin que el chico diera la respuesta al acertijo. Como extrañado ante nuestras expresiones de temor, dijo la solución:
- ¡El ojo, señorita!
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