miércoles, 10 de junio de 2009

¡Que se besen los novios!

En la foto, un típico paisaje de campo con jarillas. A lo lejos se divisan las alamedas del valle del Colorado.

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La familia de los Albizúa, de obvio origen vascuence, ha sido pionera en la zona de campos en torno a Villa Intranquila. Y luego también en la ciudad, donde se destacaron y destacan en diversas profesiones y ocupaciones.

Es enorme la cantidad de los Albizúas. Tanto que hay quienes dicen que si se ponen de acuerdo, ellos pueden decidir la elección de un intendente. Hasta hace unos años, solían reunirse con ocasión del velatorio de algún pariente o parienta. Entonces eran de verse las familias enteras que llegaban en multitud de vehículos desde el campo, con sus chicos (a los que obviamente no podían dejar solos allá), se saludaban con alborozo, y se ponían al día comentándose las novedades: que este había nacido hace dos años, mirá qué grande está, que tal otro ya iba a cuarto grado, que el terneraje este año, que el tamaño del alfilerillo ahora que llovió bien, y encima nevó allá, etc.

Todo el mundo charlaba; circulaban el café, el mate, y la copita de anís o grapa para mujeres y varones respectivamente. De a ratos se churrasqueaba, y en algún momento los deudos se daban una vuelta por la cercanía del féretro para saludar el finado.

Los velatorios eran buen momento también para iniciar noviazgos con algún primo o prima lejana. “Primos legítimos” dijera uno de los Santagiuliana para describir este parentesco. No era extraño entonces que luego se produjeran casamientos en simultáneo. Pongamos, dos Albizúas (varones) se casaban el mismo día con dos Albizúas (mujeres) que se habían conocido en aquel velorio. Como decía el dicho “van del velorio al casorio”. Se diría, de la muerte a la vida; una bella metáfora de la persistencia humana. Y de paso, se unificaban los presupuestos de la fiesta, con la consiguiente ventaja.

Aquella vez se celebraba uno de estos casamientos dobles. Los flamantes esposos eran dos mocetones robustos, ambos de apellido Albizúa; y dos chicas del mismo apellido. La fiesta era en el célebre Hotel Vasconia, con una de esas pantagruélicas comidas que preparaban los hermanos Albarracín.

A poco de comenzar la copiosa degustación, uno de esos animadores voluntarios que nunca faltan prorrumpió en el grito de rigor, acompañado por todos los circunstantes con vítores y aplausos:

- ¡Que se besen los noviooos!

Entonces, aunque el pedido pareció haberlos desconcertado un poco, los dos robustos mocetones Albizúa se levantaron de sus asientos y se estamparon un sonoro ósculo entre ellos.


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