domingo, 14 de junio de 2009

Interculturalidad en la escuela. 1. El cuervo y la quetedije. 2. Una adivinanza.

Acceso a la Escuela 46 de la Colonia Juliá y Echarren.
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Hoy por hoy se escribe y se debate un montón acerca del encuentro de las culturas en el ámbito escolar. Felizmente, vamos apartándonos de aquella idea que nos viene desde el siglo XIX, según la cual la escuela transmite “la” cultura, una y única. Gana en aceptación otra manera de pensar las cosas: cada quien tiene “su” cultura, y hay que respetarlas a todas, y trabajar con todas ellas en las aulas.

Esto lo supo tempranamente la amiga Norma Ferreyra, que inició su tarea docente en la Escuela del Barrio Unión.

Al Barrio se lo llamó, hasta mediados de la década de 1970, “Chile Chico”, porque sus pobladores sin escrituras (hoy diríamos “okupas”) eran mayoritariamente chilenos. La irregularidad de los títulos de propiedad fue resuelta años después, hacia 1984-86, por un intendente de los tiempos de la democracia.

Pero vamos a nuestro tema: encontramos a Norma, buena persona y laboriosa maestra, al frente de su 3er. grado en la Escuela del Barrio. Se le ocurre que una buena práctica puede ser la lectura y comentario de fábulas con sus chicos. Lleva algunos libritos, se los lee, y luego los presta para que los alumnos se los lleven a casa.

Algo que le extraña, es la insistencia de los chiquillos en torno a una fábula determinada, esa y no otra.

Ingenuamente, Norma desconoce que algunas palabras pueden tener otras connotaciones, según el medio en que nos encontremos. Nos comenta:

- Todos los días piden que les vuelva a leer la misma historia. Me dicen: “Seño, cuente esa del cuervo y de…” Entonces yo digo “la zorra y el cuervo… ¡y ellos se matan de risa, no sé por qué!”



2. Interculturalidad en la escuela 2. Una adivinanza.


Otra experiencia intercultural fue planteada, allá a comienzos de los ’80, por una practicanta del Instituto de magisterio de Villa Intranquila.

Griselda “Tati” Devesa, de ella se trataba, estaba haciendo su residencia docente en un cuarto grado de la escuela Nº 46, de la Colonia Juliá y Echarren. Quiso dar coherencia a su práctica con un modo de pensar renovado, y se propuso que la clase fuera un ámbito de recepción y reproducción de la cultura popular. Se trataba, así lo planteó, de reconocer y valorar las creaciones culturales que los alumnos traían de sus hogares.

Así pues, ese día planteó el primer abordaje de su tema:

“A ver, chicos, ¿qué adivinanzas conocen?”

La clase transcurría por los aburridos caminos que eran de esperarse… redondo redondo barril sin fondo, o con fondo, etc. Hasta que un simpático morochito de ojos vivaces vino a proponer:

- Pelo arriba, pelo abajo, y en el medio tiene un tajo.

Medias sonrisas de compromiso de la practicante, de la maestra del grado, del profesor observador, a quien conozco de cerca… Sudor frío. Nos imaginábamos ya la intervención de la directora, la supervisora, el ministro y hasta el gobernador. Afortunadamente, no alcanzó a transcurrir un minuto sin que el chico diera la respuesta al acertijo. Como extrañado ante nuestras expresiones de temor, dijo la solución:

- ¡El ojo, señorita!
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Significado del 20 de junio


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No diré el nombre de la practicante, porque esto le pudo pasar a cualquiera.

La chica había leído muchísimo acerca de Manuel Belgrano, del por qué de los colores de la bandera, y demás. Le tocaba hacer su práctica organizando y dirigiendo el acto escolar del 20 de Junio.

Todo estaba muy bien preparado. Pero los nervios del comienzo la traicionaron. En rígida posición de firme frente al micrófono, embutida en su estricto guardapolvo blanco y tableado, dijo sus primeras palabras:

- Nos encontramos aquí reunidos, para festejar la muerte del General Belgrano.


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miércoles, 10 de junio de 2009

¡Que se besen los novios!

En la foto, un típico paisaje de campo con jarillas. A lo lejos se divisan las alamedas del valle del Colorado.

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La familia de los Albizúa, de obvio origen vascuence, ha sido pionera en la zona de campos en torno a Villa Intranquila. Y luego también en la ciudad, donde se destacaron y destacan en diversas profesiones y ocupaciones.

Es enorme la cantidad de los Albizúas. Tanto que hay quienes dicen que si se ponen de acuerdo, ellos pueden decidir la elección de un intendente. Hasta hace unos años, solían reunirse con ocasión del velatorio de algún pariente o parienta. Entonces eran de verse las familias enteras que llegaban en multitud de vehículos desde el campo, con sus chicos (a los que obviamente no podían dejar solos allá), se saludaban con alborozo, y se ponían al día comentándose las novedades: que este había nacido hace dos años, mirá qué grande está, que tal otro ya iba a cuarto grado, que el terneraje este año, que el tamaño del alfilerillo ahora que llovió bien, y encima nevó allá, etc.

Todo el mundo charlaba; circulaban el café, el mate, y la copita de anís o grapa para mujeres y varones respectivamente. De a ratos se churrasqueaba, y en algún momento los deudos se daban una vuelta por la cercanía del féretro para saludar el finado.

Los velatorios eran buen momento también para iniciar noviazgos con algún primo o prima lejana. “Primos legítimos” dijera uno de los Santagiuliana para describir este parentesco. No era extraño entonces que luego se produjeran casamientos en simultáneo. Pongamos, dos Albizúas (varones) se casaban el mismo día con dos Albizúas (mujeres) que se habían conocido en aquel velorio. Como decía el dicho “van del velorio al casorio”. Se diría, de la muerte a la vida; una bella metáfora de la persistencia humana. Y de paso, se unificaban los presupuestos de la fiesta, con la consiguiente ventaja.

Aquella vez se celebraba uno de estos casamientos dobles. Los flamantes esposos eran dos mocetones robustos, ambos de apellido Albizúa; y dos chicas del mismo apellido. La fiesta era en el célebre Hotel Vasconia, con una de esas pantagruélicas comidas que preparaban los hermanos Albarracín.

A poco de comenzar la copiosa degustación, uno de esos animadores voluntarios que nunca faltan prorrumpió en el grito de rigor, acompañado por todos los circunstantes con vítores y aplausos:

- ¡Que se besen los noviooos!

Entonces, aunque el pedido pareció haberlos desconcertado un poco, los dos robustos mocetones Albizúa se levantaron de sus asientos y se estamparon un sonoro ósculo entre ellos.


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