miércoles, 19 de agosto de 2009

Las palabras tienen poder... también calorífico!

En la foto, Bepo Ghezzi
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El linyera y el poder de las palabras





Emilio Benini era un experto en el arte de encontrar agua bajo tierra. Había armado una pequeña empresa con la que hacía perforaciones en los campos de la zona de Villa Intranquila, y aún mucho más lejos.

En una oportunidad estaba trabajando con su gente cuando apareció un linyera en el casco del campo. Ya se venía la tardecita invernal, y era evidente que iba a helar fuerte esa noche.

El croto pidió permiso al encargado o dueño del campo, y se lo autorizó a dormir en el galpón, previa churrasqueada compartida, como es costumbre.

Lo vieron comenzar a armar su camastro, con los ponchos que llevaba en su propia linyera (así se llama el atado de pilchas, y por extensión, quien lo lleva).

Ironía etimológica: la palabra linyera está emparentada con la finísima y erótica lingerie… Nada más lejos de ello que las prendas que sacó a relucir el linyera. Pero hubo un detalle que hizo perdurable la memoria de este encuentro, y de su ignoto protagonista.

El hombre iba sacando ponchos de aquel mono. Al extraer el primero, sacudirlo y tenderlo sobre el suelo del galpón, le decía en voz alta:

- Bueno, a ver, Braserío… vamo’a ver cómo se porta, con la helada que se viene…

Aquel poncho llamado “Braserío”, qué calor podía dar... si era un conjunto de tristes hilachas nomás. Pero el croto ya estaba sacando otro del atado, sacudiéndolo y tendiéndolo también:

- Y a ver usté Sol de Enero, a ver cómo se porta. – Este poncho era todavía más rotoso que el anterior. Pero faltaba uno:

- Y a ver, ¡a ver Fogonazo!... – Este era el más lamentable de todos, apenas un trapito agujereado.

Quien lo contó, y quien me lo recontó a mí, y ahora yo, estamos en la duda: quizás el poder de los nombres haya hecho que el croto soportara mejor aquella noche de helada…
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Sea este relato en homenaje a Bepo Ghezzi, maestro en crotear y en pensar libre, protagonista de una de las películas más bellas del cine argentino.





Gracias a Andrés Martínez, quien me relató lo que a él le había contado Emilio Benini.


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