jueves, 25 de diciembre de 2008

Don Gervasio Alonso y el Espíritu de la Navidad


Foto: Villa Intranquila puede ser tan tranquila,
que la persiana de una despensa se abre
desde afuera.

Don Gervasio Alonso y el espíritu de la Navidad

La fecha es propicia para este relato, que le emparda al célebre cuento aquel de Charles Dickens, pero con un final alternativo.

Aquella vez don Gervasio Alonso se dejó ganar por el espíritu de la Navidad. Cuando apareció en el negocio de ramos generales un cliente de campo (dicen que era un González, uno de los muchos González que tienen su habitat en la Villa), el negociante le tendió un paquetito y le explicó, con su marcado acento asturiano:

- Tenga ustez... Un obsequio para la patrona, por las Fiestas…
- Pero muchas gracias, don Gervasio…
- Hombre, es que a un buen cliente… en fin, una atención de la casa.

El hombre de campo dejó en el mostrador la lista con su pedido de mercadería para llevar, y quedó en volver a buscar las cosas más tarde. Luego fue hasta la camioneta, que había dejado estacionada en el cordón del almacén, y puso el paquetito (quizás una caramelera de Tofi, quizás un frasco de agua de colonia) sobre la guantera. Y después, dejando la puerta sin llave, como era (y todavía es) habitual en la Villa, siguió caminando hacia el Banco.

Don Gervasio entonces le ordenó al cadete (era el Cholo Barhén):

-Anda, trae el paquete ese de la camioneta. Apúrate…

Cuando volvió el cliente, le entregaron su pedido en cajas y bolsas. Se fue, sin percibir la falta del regalo.

A las dos o tres semanas, volvió a aparecer por el negocio. Con un dejo de incertidumbre, le comentó al comerciante:

- Sabe don Gervasio, no hubo caso de encontrar el regalo que usted me dio para la patrona. Se me habrá caído…

- Pues aquí se lo entregamos a ustéz – respondió cortante el almacenero.

Cuando se había ido el despojado y cabizbajo González, don Alonso sacó la moraleja de esta historia para que aprendiera el cadete, que lo miraba con expresión perpleja:

- Anda tú a regalarles algo. Si así lo cuidan...

(Narrado por Dani Martínez, a partir de un relato de Cholo Barhén; agradecemos a Eduardo López, por la observación sobre el nombre y apellido del Sr. Alonso).







miércoles, 24 de diciembre de 2008

Romance de la escopeta sin gatillo

Calle hacia el río, La Adela. En trance de disparar,
bien puede uno caerse en la cuneta de Gancedo,
a la izquierda.

Romance de la escopeta sin gatillo

Se le escuchó alguna vez al Chulo Lastra este recitado de su autoría. Es una especie de romance histórico, en el que se narra lo sucedido en una fiesta de casamiento en La Adela, allá por los años ’50. No habrán sido bodas de sangre, pero sí bodas de entrevero.

En momentos en que todos estaban festejando el matrimonio de una hija de Roth, en el clima etílico y festivo de rigor, alguien generó un incidente que derivó en pelea. (Cuando aparece la palabra “respeto” en uno de estos simposios, la cosa se empieza a complicar.) La trifulca se estaba desmandando, manotazos por acá y allá, y el padre de la novia consideró prudente enfriar los ánimos haciendo un disparo al aire con su escopeta. Fue a buscarla, y apareció con ella en mano. Los amigos trataban de arrebatarle el arma, levantándosela. En el entrevero, nadie se percató de que la escopeta no tenía gatillo. No estaban para fijarse en esas menudeces, puesto que cada uno buscaba el modo más rápido de resguardar su humanidad. Por eso el final del recitado resulta un poco brusco: es que no quedó nadie.

Había estado presente todo el mundo social de la Villa en el accidentado ágape. Entre otros, el célebre Gancedo (Altamiranda), de quien ya hemos narrado aquel episodio providencial que le sucedió cuando andaba por ahí con la zorrita del ferrocarril y Dios le mandó granizo. En cuanto al “Pisán” del romance, era uno de los dos socios de una tienda, casa Pisán (por Pis Quintana y Sánchez), al que se le había transferido el nombre del negocio. Y posiblemente Gil, el de la camioneta salvadora, haya sido el Nene, Manuel González Gil. El Contín aquí aludido, ¿habrá sido algo del célebre indio Contín?

Así narraba Chulo Lastra, el aeda, esa gesta, en versos asonantes y disonantes, según nos lo transmite Dany Martínez:

Allá por Caleu Caleu
como es costumbre’e familia
celebrar los casamientos -
canto, acordeón y guitarra,
garganta empapada en vino.


Esto no puede seguir
- dijo uno de mal gesto -
y el que se quiera divertir
ha de guardar el respeto.


Y fue el morocho Rogelio
el que a esto le puso fin
y se topó con un negro
que se llamaba Contín.


El Negro esperaba piña,
Rogelio sacó un filoso
en señal de desafío
y al primer grito de raje
el negro fue a parar al río.

Arrancar de camionetas,
de autos y los de a pie
cuando vieron la escopeta,
mientras el pobre Gancedo
de panza en una cuneta.


El Pisán hecho un Tarzán
saltaba los alambrados
hasta que se pudo zambullir
en la camioneta de Gil.


(Relato de Dani Martínez).

Exageraciones


(Un momento de la doma, en una hermosa foto de Nani Prieto.
Pero no exageremos: este no era el redomón de Martín Fierro.)



Las exageraciones de don Valdés

La exageración es un género muy poblado de la literatura oral. En el cultivo de este género, se nos trasluce, creo, una herencia andaluza.

Hay frases que aparecen como signo de la exageración: “le aseguro que”; “fulano no me va a dejar mentir” (citando a un testigo generalmente ausente); “y usté no va’creer, pero”; “yo lo ví con estos ojos”; “estaba el finao Mengano, que todavía me decía”; “no le quiero decir”, “qué le digo que…”; "y si no, vaya y pregúntele a..."; "y sin exagerar le digo"... Cuando se combinan dos o más de estas frases, es porque el bolazo es muy grande.

Como suele suceder, cuando un personaje del pueblo cuenta algunas exageraciones, ya se le atribuyen otras más desmedidas. Y así el ingenio va haciendo crecer estas colecciones.

Hoy traemos una selección de las exageraciones de don Valdés, a quien hemos mencionado ya como pensador, en aquel relato de la “desgracia con suerte”. En los ratos libres, parece que cultivaba este género. Y lo que no dijo, se lo atribuyen.

La heladera usada, 1

“Compré una heladera usada, porque alguna comodidá en la casa tiene que tener la patrona, ¿no? Con toda una vida de trabajo... Así que la compré. Y uno pensaba bueno, usada, no ha de ser tan buena como si está nueva. Pero fíjese que esta heladera ha salido… de lo mejor! Con decirle que no tenía puerta, así que yo le puse una cortina de bolsa para que no esté abierta. Y sin embargo, de tanto frío que da, me reventó los sifones que le había puesto en el estante de abajo.”

La heladera usada, 2

“Y vio, la tengo afuera la heladera, porque no entraba en casa. Está a la salida, como quien va a la quinta. Pero si será buena esa heladera… imagínese los otros días, con el calor que hacía… Y no voy y me descuido, dejo la bolsa descorrida – la que hace de puerta. Para cuando me quise acordar, el aire frío me había helado toda una hilera de plantines de tomate.”

El chapeao famoso

“Y con los años, vio, y la gente que uno le da una mano, te traen un regalo de agradecidos que son. Y por eso tengo recados, y un montón de prendas, y mates de plata y facones, y lo que se le ocurra. Pero este recao, este… era especial… era el chapeao de Martín Fierro. Sí, como le digo, de Martín Fierro. Y me lo quiso cambiar Pilotti por el auto que él tenía, la cupé Fuego. Pero mire que yo voy a ser tan sonso, noooo…”

El censo de los perros

Don Valdés buscaba que lo contrataran para hacerse cargo del servicio de perrera municipal. Sus argumentos ante el funcionario comunal:

“Mire don, en Buena Parada, já, hay más perros que cristianos. Yo he contao, porque hice como un censo, vio… setecientos doce perros. Y no le quiero decir en Luis Beltrán, ahí sí que había perros. Cuando me contrataron, había dos mil perros sueltos en la calle…”

(Un rasgo de este género es que, cuando empieza uno a exagerar, cada episodio tiene que ser más grande que el anterior. Si no, es que se está achicando.)

“Y en Cipolletti, cuando fui a hacerles el trabajo el año pasado. A ver… diga un número… no, no, anímese, tire un número… Já! Diecisiete mil trescientos quince perros. Sí señor, die-ci-sie-te mil trescientos perros, cosa de no creer.”


Un aporte a la geografía bonaerense

"Ahi cerca de Pringles hay una sierrita con una cueva, vio. Y había un león, nadie se animaba a ir ahí. Hasta que un día, yo andaba de paseo visitando la parentela, escuché que contaban del león y dije: este es suyo, Valdés. Así que me fui, con el facón nomás, y se lo metí en la cruz mire. La cueva esa, antes se llamaba Cueva del León. Pero ahora, vaya a Pringles y pregunte, todos la llaman la Cueva de Valdés."

(Colaboraciones de Miguel Ángel “Piche” Martínez).

viernes, 19 de diciembre de 2008

Cuatro precursores de las ciencias las artes etcétera



Cualquier pueblito puede estar en la avanzada del progreso tecnológico, artístico y mercantil. Y si no, que lo digan los vecinos de Villa Intranquila. Nos vamos a contentar por ahora con mencionar tan sólo a tres precursores.

1. El farmacéutico Klein, fabricante de aviones, piloto y...

Fue el primer constructor de aeronaves y el primer piloto de Villa Intranquila, y posiblemente de toda la región. Howard Hughes no hizo otra cosa que andar por caminos que este hombre ya había hollado.

Corrían los locos años 20 cuando el farmacéutico Klein vio en alguna revista o suplemento dominical del diario, la descripción y las imágenes de un avión.

Entusiasmado con la idea de volar, se animó nomás. Y con su propio esfuerzo y la ayuda de algún vecino más avezado en carpintería, se fabricó un avión, todo él de madera. No nos han llegado noticias del motor que le instaló. Quizás el de algún artefacto doméstico, como aquella vez que Armando Ambrosetto armó una lancha fuera de borda con un piletón de plástico y un motor de lavarropas.

Un día de primavera, Klein llevó el avión (alguno podría haber dicho el armatoste, pero evitemos ser peyorativos con un creador) al sitio de lanzamiento. Era allá arriba de la barda, más o menos en el lugar donde ahora está la Ermita. (La foto, en el cuadro de abajo a la derecha de Ud., refleja muy vagamente y de lejos el instante previo al lanzamiento.) Desde ahí iba a largarse, favorecido por la altura.

Al rato nomás, Klein fue también el primer accidentado aéreo. Y el avión fue el primero que capotó en la región.

(Narrado por José Miguel, quien además facilitó la foto del "evento".)

2. El primer óptico.

Sabemos que era vecino de Villa Mitre, pero no nos ha llegado su nombre y apellido. Era un vendedor ambulante que, enterado de esas cosas de la óptica, y sensible a la necesidad de los vecinos, incorporó el rubro a sus actividades.

De modo que se lo recuerda llevando al cuello una ristra de anteojos. Cuando se cruzaba con algún cliente potencial, al que reconocía porque andaba con la trompa fruncida y las cejas enfurruñadas, le sugería:

- Che, no andarás mal de la vista vos? Por qué no te probás estos lentes? Eran del finao Fulano…


(Narrado por don Julio Palmieri.)


3. Otra que el teremín!

Hubo otro que estuvo a punto de inventar un novedoso instrumento musical, que habría dejado petiso al teremín o al violín corneta.

Este había ido a Bahía Blanca, y al pasar por un negocio, vio en la vidriera una flamante máquina de escribir – una Continental de chasis grande, impresionante.

Extasiado, contemplaba el teclado hasta que se le escapó la musical bravata:

- Já… si te agarro, acordeona!

(De circulación general.)



4, Efectos especiales... a capella

Lo llamaban cariñosamente El Loco Frías. Tenía vocación de inventor. Aficionado a la naciente electrónica, siempre andaba entre cables y aparatos. Se lo recuerda en su Fiat 600, al que le había conectado un televisor en blanco y negro, que se alimentaba en el encendedor del tablero. Para alardear, Frías se quedaba sentado en el auto con la puerta abierta, ante el boliche bailable, mirando Canal 7.
Fue el fundador, director, locutor y animador de una de las primeras radios FM que existió en la Villa.
En una de sus estadías en la ciudad, le llamó la atención el efecto especial llamado "cámara de eco", tal que una palabra resuena varias veces hasta extinguirse. Y decidió incorporarlo a su emisora.
Lo recordamos sentado ante la mesa donde estaba el micrófono. Como carecía de equipo para hacer la cámara de eco, lo generaba a capella. Mientras iba alejando el micrófono de su persona, hasta donde diera la extensión del brazo, le quitaba parte a las palabras. Por ejemplo: "comprando en casa Aznárez... /más lejano/ nárez... /más lejano/ árez... rez rez rez...
(Relatado por NM)

martes, 16 de diciembre de 2008

Mucho tiempo sin pasteles

Buena Parada. el hermoso balneario sobre el
río. El cartel no aclara el lugar abarcado por la
prohibición. Da lugar a que algún intranquilense
alegue que no se baña... por orden del gobierno.


Mucho tiempo sin pasteles

Los Estrela de Buena Parada, poblado histórico de Villa Intranquila, son gente laboriosa. Con esfuerzo, la familia ha logrado que sus integrantes más jóvenes estudien y se luzcan en el secundario y en la universidad.

Desde ya que toda regla tiene su excepción. Para abonar esta regla que no tiene excepción, está el recuerdo de José Estrela, casado con doña Bartolina, a quien llamaban Bartola.

José era un organizador laboral nato. Él no era muy dado a las fatigas, pero todas las mañanas, dicen, ordenaba las tareas en la casa:

- Bueno, Bartola, vos andá y ordeñá las vacas, mientras yo espumo el puchero.

No fue hombre de andar mucho por ahí, en empleos lejanos. Más bien se quedaba en casa. Pero una vez agarró contrata para la esquila, y allá fue. Hay que decir, para quien no conoce el tema, que los hombres salían en la comparsa, integrada por esquiladores, cocineros, peones de patio y demás, y se perdían de vista por dos o tres meses. Iban de campo en campo, siguiendo un derrotero ya pautado antes de salir. Por ejemplo don Heber Farías, uno de estos esquiladores, llegaba con su comparsa hasta Río Gallegos. Y no era el único.

Bien pues, salió José el día señalado.

Olvidábamos señalar que para completar sus virtudes, era hombre de pocas pulgas, más bien lo que se llama “renegado”. Se supo después que en el primer campo al que fue la comparsa, cuando lo vieron en el patio con el facón al cinto, le recordaron que el dueño del campo no quería ver gente con cuchillo – para evitar esos encontronazos por alguna fruslería que solían darse entre varones. Se retobó José, y como no quiso quitarse el facón, se volvió para su casa.

A los dos días de su partida, estaba de regreso en el rancho. Y antes de saludar, mientras se apeaba, le dio una orden a su mujer:

- Che Bartola, hacete unos pasteles, que mientras estuve en la esquila no probé ni uno…


(Narrado por Miguel Ángel Martínez, un maestro de cuentos.)






jueves, 11 de diciembre de 2008

Precisión científica.

Foto: campos cerca de Villa Intranquila. Un jarillal, una vista de ese enorme cielo, que es nuestra primera riqueza... y las ansiadas nubecitas que no se deciden a dar lluvia.


Precisión científica – o relatividad de las estadísticas, ejemplo 2

Creo que fue Lord Chesterfield quien dijo que las estadísticas son una forma de mentira casi igual de convincente que las lágrimas de mujer – sólo que menos bella. Y si no fue el Lord, lo siento por él; debiera haberlo sido.

El empleado que el Negro Otermin tenía en su campo no estaba muy al tanto de las frases de Lord Chesterfield. Pero eso sí, tenía un claro sentido del deber, y de la exactitud en materia de cuentas.

Aquella mañana, después de una tarde y una noche lluviosas, el Negro llamó por radio al campo para saber cuántos milímetros del agua tan esperada habían caído; y el hombre, que ya había hecho la recorrida matutina, contestó sin dudar un instante:

- Noventa milímetros, don Otermin. Cambio.

El receptor sacó cuentas mentalmente. Caramba, si en el campo de Fulano habían caído 25, y en el de Mengano 32, y los dos estaban ahí cerca…

- Estás seguro che? Te fijaste bien en el pluviómetro? Cambio.

Pero todo se había hecho con precisión científica:

- Claro que sí, don. Miré los tres tarritos: el de la casa, el del potrero y el del otro cuadro. Treinta cada uno, son noventa en total. Cambio.




martes, 9 de diciembre de 2008

Dichos de Pardiño


(El busto "del Libertador" en La Adela. En realidad, es C.M. de Alvear.
A sus espaldas, el Monumento al Broche.)

Dichos de Pardiño

El personaje quizás más parecido al Mulá Nasreddin o al egipcio Hodja en estas latitudes, ha sido Pardiño.

Habitante de La Adela, a Pardiño se le atribuyen simplicidades tales como la siguiente:

- Qué enciclopedia ni enciclopedia, dijo Pardiño. Dígale a la maestra que usté va a ir a la escuela de a pie, como siempre fue su padre.

Algún chiste es más bien báquico:

-Está frescando, dijo Pardiño. Y se había caído adentro’ una acequia, con damajuana y todo.

Y otro, en fin, ya es toda una postulación filosófica:

- Lo que es la Naturaleza, dijo Pardiño, y estaba mirando el puente carretero.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Entre próceres, no se van a andar sacando las guirnaldas


Foto: parte central de la Plaza San Martín, con el busto del Libertador.


En esos tiempos una plaza era cuidada por un placero y no por un organigrama; y Villa Intranquila contaba con un eficaz cuidador del espacio verde situado en el centro. Denominado Plaza San Martín, este espacio ocasionaba bromas de los visitantes foráneos, porque estaba rodeado por un alambrado de rombos, tipo gallinero, y tenía tranqueritas para que uno ingresara. (Había que explicarles a los burlones que, de no haber cercado, cada dos por tres algún caballo irreverente se habría metido a comer flores y hojas verdes, y a dejar sus recuerdos esparcidos.)

El placero, de apellido Maccarone, desempeñaba además otras tareas. Era un poco el “uomo universale” de la Municipalidad. Entre sus labores añadidas, estaba la de disparar las bombas de estruendo, encendiéndoles la mecha con la brasa de su toscano, en las grandes ocasiones; también le correspondía preparar la plaza con la debida decoración cuando se venía un acto patrio. Hoy por hoy, don Maccarone podría haber sido, lo menos, Subsecretario de Ornamentación, Actos Patrios y Protección de Plaza.

Aquella vez tuvo que disponer los adornos para el Día de la Bandera, que por esa necrofilia propia de los argentinos se conmemora el 20 de junio, fecha de fallecimiento de Manuel Belgrano, creador del símbolo. (Como dijo una maestra nerviosa en el discurso, “Hoy festejamos la muerte del General Belgrano”).

Don Maccarone armó todo como es debido. En el centro de la plaza, sobre el cuerpo del monumento de San Martín, puso una guirnalda oval, en cuyo centro ubicó el retrato del prócer.

Todo hubiera estado muy bien, de no ser porque en lugar de la efigie de Belgrano, el público vio otra cosa. Desde el interior de la guirnalda ovalada los contemplaba el mofletudo rostro de Domingo Faustino Sarmiento, con cara de pocos amigos, como acostumbra.

Alguien le hizo notar el yerro al placero. Pero este, bonachón, quiso darle una lección de historia patria al irreverente entrometido:

- Eh… no hay problema… eran amigos!

(De circulación general, narrado por MEP).

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Monumento al Broche

(En la foto, el Monumento al Broche con el busto de C.M. de Alvear)

En relación con los monumentos y las evocaciones históricas, hay más de un episodio disparatado en Villa Intranquila y sus adyacencias. Parece que la oficialización del recuerdo, con toda la cría de fastos y héroes para cumplir con los rituales, muestra en los lugares chicos su lado artificioso, del modo más risueño.

Por caso el reciente suceso de Sierra Grande, no muy lejos de esta Villa. Allí tenían, en la Biblioteca Popular, el busto del el descubridor del yacimiento ferrífero y promotor de la explotación nacional del mismo, Luis Reinero Novillo. Pero cuando el año pasado las hijas del prócer local visitaron el lugar, se pasmaron al ver a ese desconocido señor: - Pero… ¡ese no es papáaa...!

Habrá quien recuerde el busto de Raúl Alfonsín en la Casa Rosada, que se parece a Stalin; o la divertida historia del retrato del coronel Estomba, uno de los alegados fundadores de Bahía Blanca – retrato que se comprobó era una copia del de un mariscal de Napoleón.

Para que se vea que estas situaciones no sólo se dan en los pueblos, hemos ofrecido en esta misma sección un recordatorio de la Estatua con Calzoncillo existente en Viedma. Y nos comprometemos a hacer memoria próximamente del trajinado busto de San Martín en la plaza homónima de esta Villa.

Pero este post está destinado a exaltar el Monumento al Broche.

Parece que en la pintoresca localidad hermana de La Adela (a la que pertenece la Plaza Potpourri ya exhibida en otras fotos de este blog), alguien decidió que el busto del prócer que preside la Avenida del Libertador debía ser realzado. Entonces, con dudoso gusto, zamparon ese busto de bronce neoclásico sobre unas vigas de cemento brutalista de forma particular. Esta forma hizo que el ingenio popular de los adelenses bautizara el engendro como “El Monumento al Broche”.

Para más inri, lamentamos observar que la estatua de marras no es de don José de San Martín (el Libertador a que se refiere el nombre de la Avenida), sino de Carlos María de Alvear. Desde ya que eran amigos, como dijo Maccarone, pero… (tampoco fueron siempre tan amigos, bah).

Imagino que en alguna proveeduría de estatuas de Buenos Aires estaban en liquidación los bustos de Alvear, escasamente solicitados… O bien le habían quedado de clavo al taller, y decidieron enviarlo a algún lugar remoto, donde podía pasar inadvertida la engañifa… Ahora la cosa es, como con el cuadro de Bahía Blanca, qué hacemos con el busto? El de Alvear, naturalmente. Habrá que consultar qué hicieron en Sierra Grande.

Y ay, lo que va a ser el día en que afear una ciudad, villa o aldea constituya delito punible… Saturación en los juzgados.

La Estatua del Calzoncillo

(Foto cortesía de Caroline Bridger Holder)

Me la contaron así: en Viedma, ante el Centro Cultural (hermoso edificio situado en la Costanera) y como parte de ese conjunto, se decidió instalar una hermosa estatua de un fornido varón, que representa al Trabajo. (Esperamos que algún amigo de este espacio traiga a colación el nombre del escultor, que por cierto se lució con la obra.)

Por esas cosas de los cambios de gobierno, para cuando la estatua estuvo lista el nuevo intendente, que había sido designado por militares, consideró que algunas de las partes a la vista (de la estatua) constituían una ofensa a la moral. Se le encomendó entonces, no sé si al escultor del original o a algún idóneo, que revistiera las virilidades del Trabajo con una especie de calzoncillo de bronce. Así quedó hasta hoy.

Mientras vivía en Viedma, observé que cada dos por tres algunos traviesos pintaban un pene y dos testículos sobre el calzoncillo de bronce. Recubierta que era la pintada por la cuadrilla municipal, con la correspondiente pintura verde oliva, que por cierto abundaba, al otro día o al poco tiempo la mano de los restauradores volvía a hacer su trabajo de vindicta estética.