Aquel juez de paz de Villa Intranquila era nuevito, y ponía especial cuidado en cumplir cada punto de la ley.
Al igual que todos los lunes, ese día como las diez de la mañana llegó un policía al Juzgado, arreando una hilera de contritos caminantes. Eran los que durante el fin de semana habían sido demorados en la comisaría por infringir el artículo 55 del Código de Faltas y Contravenciones de la provincia, que prohibía mostrarse en estado de ebriedad en lugares públicos. Aludiendo a ese artículo, a los bebedores conspicuos se los llamaba “55”. La fuerza del orden los demoraba en una celda para que se les disiparan los vapores etílicos, y luego tenían que esperar el primer día hábil para recibir la sentencia del juez. Algunos habían caído ya en la noche del viernes en la comisaría; venían aburridos de dormitar, cebarle mate a la guardia, charlar con algún colega, y desmalezar el patio o el jardín policial.
El policía a cargo de los cautivos saludó y entregó los formularios (uno por cada infractor) al juez. Como de costumbre, este fue llamándolos uno a uno a su despacho. Allí los retaba un poco y disponía su liberación (previo regreso a la dependencia policial). Pero una de las actas llamó su atención. Se acusaba al reo de haber transgredido, no el artículo 55, sino el 23. Era la primera vez que esto sucedía. Acudió al Código: artículo 23... ultraje a los símbolos patrios! En los renglones donde el rondín debía detallar el hecho, habían escrito una palabra desconocida para el juez: “por …..ar en la vereda del jusgado”.
Fue preciso llamar a la comisaría para aclarar el enigma. El símbolo patrio ultrajado era nada menos que el escudo ubicado allá arriba, sobre la puerta de entrada al Juzgado. Y la palabra misteriosa, era “mejitar”: un barroquismo policial, inventado sobre la raíz de “mingitar, mingitorio”. En suma, el reo (un robusto y risueño mocetón del campo, a quien el alcohol le había borrado toda memoria del episodio) había meado en el cordón de la vereda del juzgado. Lo que no era cosa menor; porque, como le explicó pacientemente el veterano oficial de guardia a ese juez novato: “cómo va’andar mostrándole “eso” al escudo nacional, señor Juez…” Para colmo, el sol del escudo tiene ojos.
Al igual que todos los lunes, ese día como las diez de la mañana llegó un policía al Juzgado, arreando una hilera de contritos caminantes. Eran los que durante el fin de semana habían sido demorados en la comisaría por infringir el artículo 55 del Código de Faltas y Contravenciones de la provincia, que prohibía mostrarse en estado de ebriedad en lugares públicos. Aludiendo a ese artículo, a los bebedores conspicuos se los llamaba “55”. La fuerza del orden los demoraba en una celda para que se les disiparan los vapores etílicos, y luego tenían que esperar el primer día hábil para recibir la sentencia del juez. Algunos habían caído ya en la noche del viernes en la comisaría; venían aburridos de dormitar, cebarle mate a la guardia, charlar con algún colega, y desmalezar el patio o el jardín policial.
El policía a cargo de los cautivos saludó y entregó los formularios (uno por cada infractor) al juez. Como de costumbre, este fue llamándolos uno a uno a su despacho. Allí los retaba un poco y disponía su liberación (previo regreso a la dependencia policial). Pero una de las actas llamó su atención. Se acusaba al reo de haber transgredido, no el artículo 55, sino el 23. Era la primera vez que esto sucedía. Acudió al Código: artículo 23... ultraje a los símbolos patrios! En los renglones donde el rondín debía detallar el hecho, habían escrito una palabra desconocida para el juez: “por …..ar en la vereda del jusgado”.
Fue preciso llamar a la comisaría para aclarar el enigma. El símbolo patrio ultrajado era nada menos que el escudo ubicado allá arriba, sobre la puerta de entrada al Juzgado. Y la palabra misteriosa, era “mejitar”: un barroquismo policial, inventado sobre la raíz de “mingitar, mingitorio”. En suma, el reo (un robusto y risueño mocetón del campo, a quien el alcohol le había borrado toda memoria del episodio) había meado en el cordón de la vereda del juzgado. Lo que no era cosa menor; porque, como le explicó pacientemente el veterano oficial de guardia a ese juez novato: “cómo va’andar mostrándole “eso” al escudo nacional, señor Juez…” Para colmo, el sol del escudo tiene ojos.
Testimonio de RM.-
1 comentario:
Esto me recuerda una anécdota que circulaba en la facultad donde estudié, atribuida a un muchacho dedicado al punk-rock. Había tenido suerte con una chica y la había invitado a un albergue transitorio. Pero no la tenía clara con el manejo del tiempo en estos lugares, "medido y pago", y cuando le avisaron que estaba en hora, no quiso saber nada. Le dijeron que en todo caso, si el señor iba a pernoctar... A lo que respondió muy ofuscado: "Si voy a pernotar o no voy a pernotar es un problema mío. Yo pernoto cuando quiero".
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