jueves, 23 de octubre de 2008

Gancedo y la Providencia


(En la foto: la estación de ferrocarril de Villa Intranquila.)


Gancedo y la providencia divina

Gancedo Altamiranda, ferroviario, era una persona amigable y bien dispuesta. Y para nada abstemio.

En una oportunidad se encontró trabajando con una cuadrilla en la reparación del hilo telegráfico. Habían ido en la zorrita (vagoncito que se tracciona a fuerza de brazos) y estaban como a 50 kilómetros de la estación más cercana. Era por los días más tórridos del verano, y a la hora de la siesta. Previsores, los muchachos habían llevado alguna botella de tinto. Pero caliente como estaba el mosto, era imprudente ponerse a tomarlo.

De pronto se oscureció el cielo, se juntaron nubarrones, y se descargó una súbita tormenta de verano. Al chaparrón torrentoso le siguió una manga de granizo, que repiqueteaba sobre la zorrita.

Los hombres habían buscado refugio bajo una chapa, porque esas pedreas suelen castigar bastante. Pero Gancedo, feliz, con un jarro de aluminio se paseaba bajo el granizo y recogía las piedras blancas para echarlas luego en los vasos, mientras proclamaba a voz en cuello:

- Vieron muchachos… vieron cómo Dios se acuerda de los pobres!

(Narrado por N.M.)

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