Una explosión inexplicable
Doña Nadia era una integrante de la inmigración eslava que llegó a los valles de la Patagonia en la década de 1920. Eran en su mayoría ucranianos, pero la gente los llamaba simplemente “rusos” (sin diferenciarlos de bielorrusos como los Kirov, Urbanovich, Vichich...)
Los hombres se dedicaban a la labranza, a la venta de verduras y frutas, al comercio al menudeo. Los Poharczuk, Zilinczuk, Szewczuk, Melniczuk, Savaczuk, Blazejczuk, trajeron de su negra tierra natal una capacidad para el cultivo que demostraron en las chacras frutícolas cercanas a Villa Intranquila. El habla común simplificaba estos apellidos en una terminación “chú”, o un más refinado “chúk”. Hagamos constar que lejos de aislarse, esta gente buscó la integración. No se los escuchaba añorar su patria lejana, e intentaban, mal que bien, manejarse en castellano. Algunas de las mujeres supieron prohibir que en su casa se siguiera hablando en el idioma nativo, para que los chicos no recibieran una doble instrucción que los desconcertara.
Doña Nadia era la esposa del señor Kujtiuk. El matrimonio tuvo dos hijos, Olga y Carlos. “Carlitos Cuchú” (simplificado) era el benjamín de la familia, al que la mamá consideraba un muchacho travieso. De jovencito entró a trabajar como cadete, y luego como empleado, en la mueblería de Palmieri.
La Revolución de setiembre de 1955 (llamada Libertadora por unos y Fusiladora por otros) tuvo uno de sus frentes de combate en Villa Intranquila. Como aquí estaba uno de los dos puentes que conectaban a la Patagonia con el resto del país, las tropas “leales” al gobierno procuraban llegar a esos puentes y seguir hacia Buenos Aires, para defender la capital; en cambio, los marinos “rebeldes” trataban de bombardear el puente para impedir ese traslado de tropas. De hecho, arrojaron 27 bombas en las inmediaciones. Hay varios cuentos pueblerinos en torno a esto.
Un destacamento de soldados “leales” instaló una ametralladora antiaérea en la esquina baldía inmediata a la mueblería. Allí estuvieron hasta que terminó la contienda y se retiraron.
Buena parte de los vecinos se habían refugiado en las chacras, para alejarse de los bombardeos. Al concluir la refriega, volvieron al pueblo. La mueblería reabrió sus puertas, y Carlitos Kujtiuk se presentó a trabajar, como todos los días.
Curioso él, en una recorrida que hizo por el baldío de la esquina, encontró algunos objetos brillantes cuyo uso desconocía. Los guardó en el bolsillo del mameluco.
Dos o tres días después, doña Nadia decidió lavar el mameluco de Carlitos, que estaba algo manchado de cola de carpintería, nogalina y demás.
Como de costumbre, destapó los aros de la hornilla principal de la cocina económica, y allí dio vuelta el mameluco para vaciar los bolsillos, que solían venir con virutas, aserrín y trocitos de madera. Después se fue para el patio, a lavar en el piletón.
La explosión fue enorme. Al calor de las brasas de la Istilart, las balas (de eso se trataba) estallaron; saltaron trozos de hierro negro que llegaron hasta la vereda de enfrente. Humo y polvo formaron una nube en el hogar de los Kujtiuk.
Y doña Nadia salió a la calle, agitando los brazos, desalada, a los gritos:
- ¡Explotó cucina a leña! ¡Explotó cucina a leña!
Doña Nadia era una integrante de la inmigración eslava que llegó a los valles de la Patagonia en la década de 1920. Eran en su mayoría ucranianos, pero la gente los llamaba simplemente “rusos” (sin diferenciarlos de bielorrusos como los Kirov, Urbanovich, Vichich...)
Los hombres se dedicaban a la labranza, a la venta de verduras y frutas, al comercio al menudeo. Los Poharczuk, Zilinczuk, Szewczuk, Melniczuk, Savaczuk, Blazejczuk, trajeron de su negra tierra natal una capacidad para el cultivo que demostraron en las chacras frutícolas cercanas a Villa Intranquila. El habla común simplificaba estos apellidos en una terminación “chú”, o un más refinado “chúk”. Hagamos constar que lejos de aislarse, esta gente buscó la integración. No se los escuchaba añorar su patria lejana, e intentaban, mal que bien, manejarse en castellano. Algunas de las mujeres supieron prohibir que en su casa se siguiera hablando en el idioma nativo, para que los chicos no recibieran una doble instrucción que los desconcertara.
Doña Nadia era la esposa del señor Kujtiuk. El matrimonio tuvo dos hijos, Olga y Carlos. “Carlitos Cuchú” (simplificado) era el benjamín de la familia, al que la mamá consideraba un muchacho travieso. De jovencito entró a trabajar como cadete, y luego como empleado, en la mueblería de Palmieri.
La Revolución de setiembre de 1955 (llamada Libertadora por unos y Fusiladora por otros) tuvo uno de sus frentes de combate en Villa Intranquila. Como aquí estaba uno de los dos puentes que conectaban a la Patagonia con el resto del país, las tropas “leales” al gobierno procuraban llegar a esos puentes y seguir hacia Buenos Aires, para defender la capital; en cambio, los marinos “rebeldes” trataban de bombardear el puente para impedir ese traslado de tropas. De hecho, arrojaron 27 bombas en las inmediaciones. Hay varios cuentos pueblerinos en torno a esto.
Un destacamento de soldados “leales” instaló una ametralladora antiaérea en la esquina baldía inmediata a la mueblería. Allí estuvieron hasta que terminó la contienda y se retiraron.
Buena parte de los vecinos se habían refugiado en las chacras, para alejarse de los bombardeos. Al concluir la refriega, volvieron al pueblo. La mueblería reabrió sus puertas, y Carlitos Kujtiuk se presentó a trabajar, como todos los días.
Curioso él, en una recorrida que hizo por el baldío de la esquina, encontró algunos objetos brillantes cuyo uso desconocía. Los guardó en el bolsillo del mameluco.
Dos o tres días después, doña Nadia decidió lavar el mameluco de Carlitos, que estaba algo manchado de cola de carpintería, nogalina y demás.
Como de costumbre, destapó los aros de la hornilla principal de la cocina económica, y allí dio vuelta el mameluco para vaciar los bolsillos, que solían venir con virutas, aserrín y trocitos de madera. Después se fue para el patio, a lavar en el piletón.
La explosión fue enorme. Al calor de las brasas de la Istilart, las balas (de eso se trataba) estallaron; saltaron trozos de hierro negro que llegaron hasta la vereda de enfrente. Humo y polvo formaron una nube en el hogar de los Kujtiuk.
Y doña Nadia salió a la calle, agitando los brazos, desalada, a los gritos:
- ¡Explotó cucina a leña! ¡Explotó cucina a leña!
1 comentario:
Hola Don Ramón, gracias por mostrarme una historia de mi familia que no conocía. Siendo historiadora, no estoy muy cercana a esas raíces. Me lo debo.
Mi nombre es Cristina Kujtiuk, nietad e doña Nadia, ergo, sobrina de Olga y "Carlitos", pero hay algo que se le escapó. El matrimonio Kujtiuk tuvo 4 hijos, el mayor Vladimir, ya muerto, Olga, Miguel, mi padre,quien vive en Cipolletti y Carlos.
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